Con 170 votos a favor de Mariano Rajoy como
presidente, 111 votos en contra y 68 abstenciones, se ha desbloqueado la situación
política después de 315 días de parálisis de las instituciones. Hemos sido
muchos los socialistas los que hemos sido calificados de “traidores” por
abstenernos en esta votación decisiva y permitir un Gobierno del PP. Pero
nuestra auténtica traición habría sido obligar a los españoles a ir a unas
terceras elecciones –en las que el PP obtendría mayoría absoluta- y paralizar las instituciones y con ello las
expectativas de inversión para la creación de empleo y riqueza.
Según el último barómetro de La Sexta, el 60 porciento de los españoles valoran positivamente el desbloqueo. Un 58 por ciento
de los votantes del PSOE, también. Y un 47 por ciento de los españoles prefiere
un Gobierno del PP frente a un 45 que prefiere terceras elecciones. Como se
puede comprobar a tenor de esta información, la población española está muy
dividida. Aunque yo creo que la situación es de plena confusión entre los ciudadanos como
consecuencia del tratamiento superficial de un tema tan complejo como la
gobernabilidad por líderes políticos y medios de comunicación.
Han pasado los tiempos de las mayorías absolutas, al
menos de momento. Hoy para gobernar se necesita como mínimo el concurso de tres
fuerzas políticas en el escenario actual. El PSOE lo intentó con C’s y Podemos
bajo el paraguas de un programa reformista que permitía un giro muy amplio en
la política que el PP había hecho en la última legislatura. A esta alternativa
se opuso Podemos que estaba pensando en dar cumplimiento a la vieja aspiración
comunista del “sorpasso”, y nada en los intereses de los españoles.
En esta legislatura no ha sido posible. El PSOE sólo
podría haber gobernado si se hubiese plegado a la exigencia independentista del
derecho a decidir que imponía ERC y la antigua CiU, y que veía con buenos ojos
Podemos. Una barbaridad que hubiese tenido unos efectos parecidos al Brexit en
Gran Bretaña y que hubiese roto entre otras cosas la caja única de pensiones y
creado grandes tensiones sociales. Una frivolidad a la que los socialistas de
verdad no podían acceder de ninguna manera.
El último debate de investidura nos ha permitido ver
la auténtica cara de odio y rencor que practican los denominados populismos de
izquierdas. En nada se diferencian el bufón Rufián del esperpéntico Pablo
Manuel, o del representante de Bildu que intervino en la última sesión. Todos
ellos quieren ajustes de cuentas. Se aplauden y vitorean entre ellos, incluida
la cara amable de Errejón. Después de lo visto, algunos tenemos la certeza
absoluta de que un Gobierno con ellos nos hubiese hecho repetir la historia del
tripartito, pero mucho peor. El PSOE hubiera sido condenado al ostracismo, y la
mayoría absoluta del PP no se hubiese hecho esperar mucho tiempo. Así que más
vale una vez verde que mil amarillo.
Se abre una etapa que tiene que ser de diálogo y
negociación. El PSOE hará una oposición responsable pero exigente en la defensa
de su programa, intentando buscar en todo momento el punto de equilibrio para
romper la cuerda. En definitiva, negociando. El PP debe adecuar sus actitudes a
los nuevos tiempos. Debe ser Rajoy y el PP quienes propicien acuerdos para dar
estabilidad a la legislatura para que sea próspera y duradera. Sólo así España
podrá avanzar y desbloquear el funcionamiento de las instituciones.
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