sábado, 28 de enero de 2017

El futuro de las pensiones



El sistema público de pensiones tiene el gran reto de adaptarse a la nueva realidad demográfica de nuestro país, y laboral, de persistir ésta. Según el INE, en los próximos cuarenta años habrá en España 8,7 millones menos de personas en edad de trabajar y 8 millones más de pensionistas.  El déficit del sistema en 2016 se acerca a los 20.000 millones de euros. Se da la paradoja de que el número de cotizantes actuales es superior al que existía en 2011, cuando el déficit se situaba en 500 millones. 

Las dos últimas reformas del sistema no han dado respuesta al equilibrio entre ingresos y gastos; ni a la suficiencia y la pérdida de poder adquisitivo. La primera, la reforma de 2011, amplió el periodo de cálculo de la pensión de 15 a 25 años y retrasó la edad de jubilación de forma progresiva de 65 a 67 años. Esta reforma, conseguida dentro del consenso del Diálogo Social, tan sólo ha sido capaz de solucionar un tercio de los problemas de sostenibilidad financiera futura. La reforma de 2013 introdujo un factor de sostenibilidad y un nuevo índice de revalorización. 

El factor de sostenibilidad ajusta de forma automática la cuantía de la pensión ante los cambios futuros de la esperanza de vida, y comenzará a aplicarse a partir de 2019. Si la evolución de la esperanza de vida sigue como está, con la aplicación de este factor las pensiones iniciales caerán un 5 por ciento en 10 años. El nuevo índice de revalorización establece un incremento del 0,25 por ciento cuando los gastos son superiores a los ingresos, como está ocurriendo y ocurrirá; en caso contrario, hasta un máximo del 0,5 por ciento. En 2016 los pensionistas han perdido un 1,35 por ciento de poder adquisitivo, al cerrar la inflación con 1,6. Y seguirán perdiendo. Esta reforma mengua el poder adquisitivo de las pensiones. En concreto, de mantenerse la tendencia, transcurridos 20 años desde la fecha de jubilación la pensión permitirá comprar entre un 30 por ciento y un 40 por ciento menos de bienes y servicios que en el año de jubilación.         

La reforma de 2013 ha trasladado a los jubilados todo el peso del gasto, congelando prácticamente la pensión de forma indefinida. Se rompe así la finalidad de la pensión: proporcionar una renta vitalicia suficiente hasta la fecha de fallecimiento. Más cuando las necesidades asistenciales aumentan con la edad y cuando existe una alta incertidumbre sobre la duración de la etapa de jubilación. Se da la circunstancia de que hoy día, ante una situación de crisis económica,  los pensionistas se han convertido en el principal sustento de las cargas familiares.  No se puede obviar el cumplimiento de la restricción presupuestaria del sistema y, por tanto, la necesidad de encontrar un mecanismo que permita equilibrar los gastos con los ingresos.  

El Pacto de Toledo tiene que afrontar el problema. Y optar entre dos alternativas. Una, seguir la senda de la reforma de 2013, en el que las pensiones irán cayendo progresivamente, y quienes puedan –los menos- complementen su pensión con planes privados, como es el caso del Reino Unido o Países Bajos; otra, reforzar la contributividad y vincular el cobro de las pensiones no sólo a las rentas del trabajo sino también al capital y el consumo, como propone el PSOE. Este es el caso de países como Alemania, Italia y Francia.    

En los sistemas asistenciales se destina al gasto en pensiones públicas un 6 por ciento del PIB y un 3,5 a pensiones privadas; mientras que en los sistemas contributivos el gasto público en pensiones asciende al 10 por ciento del PIB, y en privadas al 1 por ciento. 

Las consecuencias son claras. El sistema contributivo cohesiona socialmente y redistribuye la riqueza; el sistema asistencial genera una sociedad dual, con una mayoría de pensiones muy bajas, y potencia el negocia de las pensiones privadas. El PP sabe dónde va. La ministra Báñez, también; y otras, como la diputada PP por Segovia cuando hacen proselitismo del sistema de pensiones al que aspira el PP, siguen fuera de la realidad social, y se recrean en un discurso repleto de descalificaciones zafias, chabacanas e inconsistentes para esconder su ignorancia.  


domingo, 22 de enero de 2017

La luz, un servicio vulnerable



Una profunda preocupación se constata en muchos españoles estos días ante la escalada del precio del suministro del servicio de energía eléctrica, la luz, como la solemos denominar. No es para menos. Desde diciembre del pasado año pagamos un 33 por ciento más, y en el último año un 50 por ciento. Esta situación no es socialmente neutra. Como siempre los más perjudicados son las personas en situación de vulnerabilidad. No se puede permitir que en momentos de mayor necesidad de luz y calefacción sea cuando su precio alcanza un récord.

El sector eléctrico, en la ley que lo regula, se contempla como un conjunto de actividades productivas encadenadas: generación, transporte, distribución y comercialización. El primero y el último eslabón están liberalizados; los intermedios tienen naturaleza monopolística. Este marco regulador, junto al modo de funcionar del mercado eléctrico, ha creado múltiples distorsiones en la provisión de energía  eléctrica. Entre ellas, el actual sistema de fijación de precios.    

El sistema actual permite que los precios sean distintos cada hora. Así el pasado 19 de enero a las tres de la madrugada el kw-hr costaba 0,067€, mientras que siete horas antes llegó a alcanzar un valor de 0.094€. A esa hora la producción española de energía eléctrica en términos porcentuales era la siguiente: carbón, 16,3; ciclo combinado de gas, 23,1; cogeneración, 9,1; hidráulica, 15,6; eólica, 18,1; nuclear, 16,7 y centrales de fuel, 1,1. El Gobierno, en 2013, fijó un precio único y, tras la subida descomunal de diciembre de 2013, lo cambio a un sistema de subasta de precios del mercado mayorista, según un mercado marginal. 

En ese mercado, para la cubrir la demanda de cada momento, primero entran a funcionar las centrales más baratas, luego las más caras o más flexibles y así sucesivamente hasta que la producción equilibre la demanda. Lo que se pague a la última central en entrar se la pagará también a la primera. Otros factores enunciados estos días, como las circunstancias climáticas, la subida del gas, la exportación a Francia, influyen en la subasta, pero no son determinantes en la distorsión del precio de la luz. 

Con el actual marco el precio que se paga por la energía representa aproximadamente la mitad del total de la factura. En él se incluyen los peajes de acceso a las redes y la tarifa regulada que fija el Gobierno, que incluye numerosos cargos, como las renovables, la financiación de la deuda por el déficit, la ayuda a la interrumpibilidad, los pagos por capacidad a las centrales térmicas aunque no estén en funcionamiento…  

Es urgente una profunda reforma de la regulación del mercado eléctrico para evitar incomprensibles subidas de precio. Se requiere un nuevo marco conceptual que acerque la facturación a costes reales y evite la especulación del mercado y las cargas impropias en el precio de la luz. Tengo mis dudas de que una auditoría, como están proponiendo algunos partidos, sirva para clarificar la situación; puede que para todo lo contrario. Nos puede abrir nuevos frentes con la Comisión Europea. Necesaria, sí; pero no es la solución.

El Gobierno tiene que eliminar el sistema actual de subasta eléctrica. Se trata de una "subastas trampa", cuyos resultados no son fiables y benefician siempre a los mismos. La reforma del sector eléctrico que hizo el Gobierno ha sido una batería de cesiones a las grandes empresas energéticas. Uno de los elementos fundamentales de la reforma debería haber sido el sistema de fijación de precios, que debería sustituirse por otro procedimiento. Los resultados los estamos viendo. En esta área, como en otros muchos, se está poniendo de manifiesto la falta de un proyecto claro y eficaz en materia energética. Lo sufren más los de siempre, los más pobres.  


domingo, 15 de enero de 2017

Etiqueteros



De un tiempo a esta parte vengo observando cómo algunos columnistas políticos fundamentan el contenido de sus artículos en la asignación de etiquetas. No pasan de ahí. Catalogan a los actores y hacen sus valoraciones mediante prototipos de pensamiento que responden a estereotipos y apreciaciones subjetivas, casi siempre muy sesgadas por su visión política.  Más que librepensadores y columnistas se les debiera calificar en la jerga periodística de etiqueteros, con lo que ello implica.

Flaco favor hacen al derecho a recibir información objetiva y con ello a la generación de opinión. Y, en general, al periodismo y a la profesión periodística. Van a lo suyo. Defienden los intereses de un grupo de presión a cambio de un interés personal; o bien, más frecuente en los blogeros profesionales, aplican su particular sentencia sumarísima a cada situación en base a su particular etiquetado. Si coincides con los que ellos piensan, te aúpan; que estás en otra posición, te etiquetan y desprecian. En ambos casos practican periodismo de luces cortas. Y hasta, llegado el caso, de ajuste de cuentas.

Los etiquetados son de lo más variado. Uno es sanchista, susanista, aznarista, errejonista…, o vaya usted a saber, porque así lo decide el artista virtual de la pluma. En la mayoría, las opiniones no se sustentan en información contrastada acudiendo a fuentes primarias, sino en juicios de valor. Por lo general van buscando llamar la atención con informaciones emocionales o títulos rimbombantes que no se ajustan a la realidad de los hechos. Practican un periodismo amarillo que ante todo les proporciona notoriedad personal. 

Se da la circunstancia de que algunos de los que hoy practican el amarillismo periodístico en el ejercicio del análisis político, en su tiempo desarrollaron un periodismo de excelente calidad. ¿A qué se debe este cambio? Es muy variopinto. Sin duda la profesión atraviesa por una difícil situación y la competición en el mercado libre es muy compleja. Por desgracia los análisis serios y rigurosos son menos atractivos y llaman menos la atención que las valoraciones políticas realizadas con un toque emocional y dicharachero. En muchos casos este tipo de práctica también alimenta un sector muy fiel a un determinado planteamiento, que en ningún momento se para a pensar sobre la consistencia de lo que se recoge en el artículo que está leyendo. Y además necesitan ver reflejado lo que piensan y desean en un medio escrito.  

Por suerte en nuestro país la prensa es libre. Conviene recordar que no siempre fue así. Cada uno es muy libre de escribir y opinar lo que quiera. El papel y la pantalla lo soportan todo. Pero permítanme que reivindique a los buenos columnistas y periodistas. Esos que no tocan de oído ni actúan de parte. Los que contrastan las informaciones y a la hora de hacer el análisis son capaces de ver lo que otros no aprecian. Los que huyen de la superficialidad y las etiquetas. Aquellos que nos desnudan a los políticos con argumentos cuando nuestros planteamientos son inconsistentes u oportunistas. Y los que se acercan, cuentan y analizan la realidad sin ningún tipo de complejos y con libertad. Y, además, se lo curran.

En este ámbito, como en otros de la vida, la sociedad no hace justicia. Los etiqueteros en muchos casos son más valorados que los que practican un periodismo de calidad. Somos así.  



lunes, 9 de enero de 2017

La pobreza y los Reyes Magos



La mañana de Reyes siempre ha sido mágica. Es una enorme alegría ver la cara de satisfacción de los “peques”. Muchos niños tienen la suerte de hacer realidad sus ilusiones y recrearse con sueños que les proyectan al futuro. Unos se ven futbolistas, bomberos; otras, actrices, peluqueras, médicas… Soñar es imprescindible para marcarse metas y poder llegar a lo que uno aspira; lo que no es fácil. La realidad cotidiana nos va enseñando lo difícil que es triunfar y lo fácil que es fracasar. Mucho más cuando lo orígenes son muy humildes o desestructurados. Hay quienes jamás salen del pozo, con lo que ello implica: miseria, hambre, enfermedades, frío y esperanza de vida más baja. 

En este día mágico tuve también la oportunidad de contemplar cómo hay personas que rastrean los contenedores de los grandes supermercados del extrarradio para aprovechar algo de los deshechos de la sociedad de consumo. Duro, muy duro. Mucho más si quien realiza la búsqueda te conoce y siente la necesidad de esconderse. Y una reflexión: Nadie está libre, por muy bien que le vayan las cosas, de verse en una situación similar.   

Quien practica la acción de mendigar lo hace por necesidad. En España un 22,1 por ciento de la población se sitúa al borde de la pobreza, según la última Encuesta de Condiciones de Vida. Este colectivo debe ser la prioridad política de cualquier Gobierno que tenga una mínima sensibilidad social. La subida de un 8 por ciento del salario mínimo contribuye, sin duda, a paliar algo la situación; prohibir los cortes de luz a las familias más vulnerables es un gran paso. Nos falta uno más: establecer un IngresoMínimo Vital para aquellas familias que no pueden llevar una vida digna. Un ingreso cuya cuantía ha de estar en función de la capacidad económica y solidaria del país, y de la necesidad. Nunca como complemento salarial. 

Hoy los más importantes son los que están en el agujero, los que no pueden salir de la trampa de la pobreza. Combatir la desigualdad también, pero lo más urgente en estos momentos es acabar con la pobreza. Es necesaria una recaudación fiscal razonable que sirva para erradicar la pobreza y garantice el acceso a bienes esenciales como son la sanidad, la educación, pensiones dignas… La carta a los Reyes Magos ha de ser realista. Se puede prometer la luna, y algunos políticos lo hacen, pero están fuera de este mundo. Están más a lo suyo que a resolver los problemas prioritarios de los ciudadanos.

A todos los españoles de buena fe nos gustaría una renta mínima vital de 800 euros; un salario mínimo de 1.000 euros y una redistribución equitativa de la renta con el menor nivel de dispersión posible. A corto plazo es imposible alcanzar esas cifras con  las características de nuestro modelo productivo. Una expansión exorbitante del gasto público y de la presión fiscal dispararía el paro y aumentaría aún más la pobreza. Por eso, en lo social, hemos de ir buscando lo fundamental: atajar la pobreza y crear las condiciones para crecer y redistribuir la riqueza. Éste ha de ser nuestro gran objetivo: hacer desaparecer la pobreza en nuestro país en 2017.   


lunes, 2 de enero de 2017

Carrera fin de año 2016



Para muchos segovianos el acto más sublime del último día de año no son las uvas –que algunos decidimos hace ya muchos años no seguir-, sino la San Silvestre. Una carrera en la que, según los organizadores, participamos 4.500 corredores en Segovia. Se trata de algo más que una carrera. Tiene magia. Es un punto de encuentro con amigos, tanto al inicio como en su desarrollo y al final de la prueba, y sirve para disfrutar una vez más de la belleza monumental de la ciudad y del calor de sus gentes que en todo momento te anima y vitorea. Un lujo que algunos llevamos sin perdernos desde hace muchas ediciones. Más aún  si la meteorología le pone un poco de morbo.

La participación fue más abundante que en ocasiones anteriores. Esa fue mi sensación. Bien es cierto que salí desde posiciones muy atrasadas, lo que hace muy difícil avanzar a tu ritmo natural de carrera. No lo pude alcanzar hasta llegar a la plaza, si bien la bajada de la Calle Real frenó de nuevo el ritmo. Muchos de los participantes eran muy jóvenes. Tuve la oportunidad de comprobar con enorme satisfacción cómo uno de mis amigos tuteló la carrera de su hijo de 12 años hasta que llegaron a meta; o de cómo otro marcaba el ritmo a su nieto de 14 años. 

La cultura del deporte se transmite de padres a hijos. No cabe duda. Mi amigo Chuso también corrió con su hijo. Yo les alcancé en la Calle Real. Su hijo nos dejó en la subida de José Zorrilla, y ambos hicimos el resto de la carrera en animada conversación hasta la Plaza Mayor. El tiempo era lo de menos,  a pesar de que no se nos dio mal del todo, teniendo en cuenta que el paso de los años siempre pasa factura. Nos llegamos a plantear si un 20 por ciento de los que estaban en la carrera serían capaces de correrla cuando sean veteranos. Llegamos a la conclusión de que sí. Una vez que coges el gusanillo es muy difícil soltarlo, y la afición a la San Silvestre segoviana ha crecido exponencialmente en los últimos años.

Una vez más había familias enteras animando a sus corredores. Tanto Chuso como yo tuvimos varias menciones personales dándonos ánimo. No deja de sorprenderme que algunos sigan refiriéndose a mí como subdelegado a pesar de los años transcurridos desde que dejé de serlo. Pero lo que más me sorprendió fue la voz de una jovencita que a la altura de la iglesia de Santa Eulalia dijo,  “y cómo no, también corren políticos”. No la debió hacer mucha gracia que en un acto popular apareciera uno de esos personajes. Mi respuesta fue una sonrisa de comprensión. Me hubiese gustado explicarle que los políticos somos personas que disfrutamos como el resto de la práctica del deporte y de este tipo de actos populares. Incluso mucho antes de participar en la vida pública. No era el momento. 

Antes de que comenzase el Nuevo Año la organización me comunicó mediante un sms mi tiempo y el puesto ocupado en la llegada. Maravilloso. El próximo 31 de diciembre espero encontrarme, una vez más, con los segovianos que la noche de fin de año nos gusta participar de la fiesta colectiva de la San Silvestre. Será una buena señal. La mejor del transcurso de un año, la Salud.