De un tiempo a esta
parte vengo observando cómo algunos columnistas políticos fundamentan el
contenido de sus artículos en la asignación de etiquetas. No pasan de ahí.
Catalogan a los actores y hacen sus valoraciones mediante prototipos de
pensamiento que responden a estereotipos y apreciaciones subjetivas, casi
siempre muy sesgadas por su visión política. Más que librepensadores y columnistas se les
debiera calificar en la jerga periodística de etiqueteros, con lo que ello implica.
Flaco favor hacen al
derecho a recibir información objetiva y con ello a la generación de opinión. Y,
en general, al periodismo y a la profesión periodística. Van a lo suyo.
Defienden los intereses de un grupo de presión a cambio de un interés personal;
o bien, más frecuente en los blogeros profesionales, aplican su particular
sentencia sumarísima a cada situación en base a su particular etiquetado. Si
coincides con los que ellos piensan, te aúpan; que estás en otra posición, te
etiquetan y desprecian. En ambos casos practican periodismo de luces cortas. Y
hasta, llegado el caso, de ajuste de cuentas.
Los etiquetados son
de lo más variado. Uno es sanchista,
susanista, aznarista, errejonista…, o vaya usted a saber, porque así lo
decide el artista virtual de la pluma.
En la mayoría, las opiniones no se sustentan en información contrastada
acudiendo a fuentes primarias, sino en juicios de valor. Por lo general van buscando
llamar la atención con informaciones emocionales o títulos rimbombantes que no
se ajustan a la realidad de los hechos. Practican un periodismo amarillo que
ante todo les proporciona notoriedad personal.
Se da la
circunstancia de que algunos de los que hoy practican el amarillismo periodístico
en el ejercicio del análisis político, en su tiempo desarrollaron un periodismo
de excelente calidad. ¿A qué se debe este cambio? Es muy variopinto. Sin duda
la profesión atraviesa por una difícil situación y la competición en el mercado
libre es muy compleja. Por desgracia los análisis serios y rigurosos son menos
atractivos y llaman menos la atención que las valoraciones políticas realizadas
con un toque emocional y dicharachero. En muchos casos este tipo de práctica
también alimenta un sector muy fiel a un determinado planteamiento, que en
ningún momento se para a pensar sobre la consistencia de lo que se recoge en el
artículo que está leyendo. Y además necesitan ver reflejado lo que piensan y
desean en un medio escrito.
Por suerte en
nuestro país la prensa es libre. Conviene recordar que no siempre fue así. Cada
uno es muy libre de escribir y opinar lo que quiera. El papel y la pantalla lo
soportan todo. Pero permítanme que reivindique a los buenos columnistas y periodistas.
Esos que no tocan de oído ni actúan de parte. Los que contrastan las
informaciones y a la hora de hacer el análisis son capaces de ver lo que otros
no aprecian. Los que huyen de la superficialidad y las etiquetas. Aquellos que nos
desnudan a los políticos con argumentos cuando nuestros planteamientos son
inconsistentes u oportunistas. Y los que se acercan, cuentan y analizan la
realidad sin ningún tipo de complejos y con libertad. Y, además, se lo curran.
En este ámbito,
como en otros de la vida, la sociedad no hace justicia. Los etiqueteros en muchos casos son más
valorados que los que practican un periodismo de calidad. Somos así.
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