domingo, 15 de enero de 2017

Etiqueteros



De un tiempo a esta parte vengo observando cómo algunos columnistas políticos fundamentan el contenido de sus artículos en la asignación de etiquetas. No pasan de ahí. Catalogan a los actores y hacen sus valoraciones mediante prototipos de pensamiento que responden a estereotipos y apreciaciones subjetivas, casi siempre muy sesgadas por su visión política.  Más que librepensadores y columnistas se les debiera calificar en la jerga periodística de etiqueteros, con lo que ello implica.

Flaco favor hacen al derecho a recibir información objetiva y con ello a la generación de opinión. Y, en general, al periodismo y a la profesión periodística. Van a lo suyo. Defienden los intereses de un grupo de presión a cambio de un interés personal; o bien, más frecuente en los blogeros profesionales, aplican su particular sentencia sumarísima a cada situación en base a su particular etiquetado. Si coincides con los que ellos piensan, te aúpan; que estás en otra posición, te etiquetan y desprecian. En ambos casos practican periodismo de luces cortas. Y hasta, llegado el caso, de ajuste de cuentas.

Los etiquetados son de lo más variado. Uno es sanchista, susanista, aznarista, errejonista…, o vaya usted a saber, porque así lo decide el artista virtual de la pluma. En la mayoría, las opiniones no se sustentan en información contrastada acudiendo a fuentes primarias, sino en juicios de valor. Por lo general van buscando llamar la atención con informaciones emocionales o títulos rimbombantes que no se ajustan a la realidad de los hechos. Practican un periodismo amarillo que ante todo les proporciona notoriedad personal. 

Se da la circunstancia de que algunos de los que hoy practican el amarillismo periodístico en el ejercicio del análisis político, en su tiempo desarrollaron un periodismo de excelente calidad. ¿A qué se debe este cambio? Es muy variopinto. Sin duda la profesión atraviesa por una difícil situación y la competición en el mercado libre es muy compleja. Por desgracia los análisis serios y rigurosos son menos atractivos y llaman menos la atención que las valoraciones políticas realizadas con un toque emocional y dicharachero. En muchos casos este tipo de práctica también alimenta un sector muy fiel a un determinado planteamiento, que en ningún momento se para a pensar sobre la consistencia de lo que se recoge en el artículo que está leyendo. Y además necesitan ver reflejado lo que piensan y desean en un medio escrito.  

Por suerte en nuestro país la prensa es libre. Conviene recordar que no siempre fue así. Cada uno es muy libre de escribir y opinar lo que quiera. El papel y la pantalla lo soportan todo. Pero permítanme que reivindique a los buenos columnistas y periodistas. Esos que no tocan de oído ni actúan de parte. Los que contrastan las informaciones y a la hora de hacer el análisis son capaces de ver lo que otros no aprecian. Los que huyen de la superficialidad y las etiquetas. Aquellos que nos desnudan a los políticos con argumentos cuando nuestros planteamientos son inconsistentes u oportunistas. Y los que se acercan, cuentan y analizan la realidad sin ningún tipo de complejos y con libertad. Y, además, se lo curran.

En este ámbito, como en otros de la vida, la sociedad no hace justicia. Los etiqueteros en muchos casos son más valorados que los que practican un periodismo de calidad. Somos así.  



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