sábado, 11 de marzo de 2017

Secesión suicida



Las cosas a veces se saben cómo comienzan pero no siempre cómo terminan. El denominado process secesionista de Cataluña es un esperpento político que cabalga montaraz ajeno a los intereses de los catalanes y los españoles. Una acción populista que ya está generando un fuerte desgarro económico y social, no sólo en Cataluña, sino en toda España. Sus efectos pueden ser perversos para la convivencia entre los diferentes pueblos que integran el Estado español y para el prestigio y credibilidad de nuestro país. Con él, pierden todos los ciudadanos, pero en especial ese “cuartil” creciente de la población que día a día se queda al margen de los mecanismos del mercado para la creación de riqueza. Un suicidio social con rúbrica secesionista.

Para avanzar en la proclamación de la República Catalana, los independentistas de esa Comunidad no han dudado en suplantar su propio Estatut y la Constitución Española. Para ello, y bajo el argumento de que “tiempos excepcionales” requieren de “soluciones excepcionales”, han procedido a modificar el reglamento del Parlament al objeto de aprobar una ley de desconexión con el Estado español que les permita, primero, declarar la independencia y su modelo de Estado, y, después, ratificar esa posición en un referéndum para el que no tienen legitimidad. Este proceso se ha planificado de espaldas a la oposición, que representa el 52 por ciento de los votantes catalanes, sin garantía alguna y con desprecio a los derechos de los parlamentarios catalanes. Una actuación propia de una república bananera que es a dónde parece ser les gustaría llegar.

Este desafío soberanista requiere paso corto y mirada larga. Lo hecho, hecho está. Bien es cierto que a lo largo de mucho tiempo Rajoy ha hecho el don Tancredo, negando el diálogo y confiando todo a una estrategia judicial, a la vez que ha impulsado el radicalismo nacionalista; y el secesionismo catalán ha buscado legitimidad social en Cataluña en el desprecio a la calidad democrática española, a pesar de su homologación internacional. ¿Qué se puede hacer ahora para salir del problema y recuperar la normalidad democrática? Buscar una tercera vía. Lo ideal sería encontrar una solución negociada dentro del marco constitucional, como la que en su día planteó el PSOE, a través de la ‘Declaración de Granada’. No es fácil. La apertura de la vía procesal para los dirigentes catalanes dificulta el diálogo y tensa aún más la situación. Cualquier resolución judicial puede enconar aún más los ánimos y fomentar el victimismo.

Hay quien defiende otra vía, la aplicación del artículo 155 de la Constitución para suspender la autonomía catalana. De hecho algún miembro del Gobierno ha coqueteado con esa idea. Son muchos los secesionistas que buscan con denuedo ese desenlace. Saben que ese es el camino más rápido para alcanzar una mayoría social independentista. Se presentarían como víctimas del centralismo español y de un ultraje al pueblo catalán. Si se suprime y suspende la autonomía se entraría en un túnel oscuro de consecuencias impredecibles para la economía de todo el Estado y el bienestar no sólo de los catalanes, sino de los españoles. De Europa sólo se puede esperar intermediación y un posicionamiento de perfil ante un problema interno de un Estado miembro del que pueden derivarse consecuencias para otros Estados de la Unión.

La cuestión catalana no es un tema menor, a pesar de que son muchos los españoles que en el momento actual no son conscientes de su problemática. El 48 por ciento de los catalanes han optado en las últimas elecciones autonómicas por opciones soberanistas. Tan sólo ocho años antes los independentistas catalanes no llegaban al 20 por ciento. Lo que comenzó como una maniobra de distracción del Gobierno de Artur Mas ante las fuertes protestas en la calle por los recortes sanitarios y educativos, se ha convertido en un monstruo que no sólo está poniendo en jaque al Estado, sino que también ha devorado a los políticos que lo gestaron y al partido hegemónico de Cataluña. A ello ha contribuido de forma notable la inacción de los Gobiernos del PP y su falta de diálogo. El futuro es incierto. Y la solución no es fácil, al menos yo no soy capaz de atisbarla.

En este proceso hay una gran lección a aprender: la superficialidad y frivolidad en política son malos compañeros de viaje. El process es buena prueba de ello.    



No hay comentarios: