Las cosas a veces se saben cómo
comienzan pero no siempre cómo terminan. El denominado process secesionista de Cataluña es un esperpento político que
cabalga montaraz ajeno a los intereses de los catalanes y los españoles. Una
acción populista que ya está generando un fuerte desgarro económico y social,
no sólo en Cataluña, sino en toda España. Sus efectos pueden ser perversos para
la convivencia entre los diferentes pueblos que integran el Estado español y
para el prestigio y credibilidad de nuestro país. Con él, pierden todos los
ciudadanos, pero en especial ese “cuartil” creciente de la población que día a
día se queda al margen de los mecanismos del mercado para la creación de
riqueza. Un suicidio social con rúbrica secesionista.
Para avanzar en la proclamación
de la República Catalana, los
independentistas de esa Comunidad no han dudado en suplantar su propio Estatut y la Constitución Española. Para ello, y bajo el argumento de que
“tiempos excepcionales” requieren de “soluciones excepcionales”, han procedido
a modificar el reglamento del Parlament
al objeto de aprobar una ley de desconexión con el Estado español que les
permita, primero, declarar la independencia y su modelo de Estado, y, después,
ratificar esa posición en un referéndum para el que no tienen legitimidad. Este
proceso se ha planificado de espaldas a la oposición, que representa el 52 por
ciento de los votantes catalanes, sin garantía alguna y con desprecio a los
derechos de los parlamentarios catalanes. Una actuación propia de una república
bananera que es a dónde parece ser les gustaría llegar.
Este desafío soberanista
requiere paso corto y mirada larga. Lo hecho, hecho está. Bien es cierto que a
lo largo de mucho tiempo Rajoy ha hecho el don Tancredo, negando el diálogo y
confiando todo a una estrategia judicial, a la vez que ha impulsado el radicalismo
nacionalista; y el secesionismo catalán ha buscado legitimidad social en
Cataluña en el desprecio a la calidad democrática española, a pesar de su
homologación internacional. ¿Qué se puede hacer ahora para salir del problema y
recuperar la normalidad democrática? Buscar una tercera vía. Lo ideal sería
encontrar una solución negociada dentro del marco constitucional, como la que
en su día planteó el PSOE, a través de la ‘Declaración de Granada’. No es
fácil. La apertura de la vía procesal para los dirigentes catalanes dificulta
el diálogo y tensa aún más la situación. Cualquier resolución judicial puede
enconar aún más los ánimos y fomentar el victimismo.
Hay quien defiende otra vía, la
aplicación del artículo 155 de la Constitución para suspender la autonomía
catalana. De hecho algún miembro del Gobierno ha coqueteado con esa idea. Son
muchos los secesionistas que buscan con denuedo ese desenlace. Saben que ese es
el camino más rápido para alcanzar una mayoría social independentista. Se
presentarían como víctimas del centralismo español y de un ultraje al pueblo
catalán. Si se suprime y suspende la autonomía se entraría en un túnel oscuro
de consecuencias impredecibles para la economía de todo el Estado y el
bienestar no sólo de los catalanes, sino de los españoles. De Europa sólo se
puede esperar intermediación y un posicionamiento de perfil ante un problema
interno de un Estado miembro del que pueden derivarse consecuencias para otros
Estados de la Unión.
La cuestión catalana no es un
tema menor, a pesar de que son muchos los españoles que en el momento actual no
son conscientes de su problemática. El 48 por ciento de los catalanes han
optado en las últimas elecciones autonómicas por opciones soberanistas. Tan
sólo ocho años antes los independentistas catalanes no llegaban al 20 por
ciento. Lo que comenzó como una maniobra de distracción del Gobierno de Artur
Mas ante las fuertes protestas en la calle por los recortes sanitarios y educativos,
se ha convertido en un monstruo que no sólo está poniendo en jaque al Estado, sino
que también ha devorado a los políticos que lo gestaron y al partido hegemónico
de Cataluña. A ello ha contribuido de forma notable la inacción de los
Gobiernos del PP y su falta de diálogo. El futuro es incierto. Y la solución no
es fácil, al menos yo no soy capaz de atisbarla.
En este proceso hay una gran
lección a aprender: la superficialidad y frivolidad en política son malos
compañeros de viaje. El process es
buena prueba de ello.
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