jueves, 12 de octubre de 2017

Fin de etapa



Todo tiene su principio y su final, incluido el ejercicio de cargos políticos y representativos. El pasado fin de semana concluyó mi etapa como secretario general del PSOE en Segovia. He tenido el honor de haber desempeñado el cargo durante los últimos nueve años, gracias a la confianza que durante este tiempo me han otorgado los compañeros. Un año más de lo que en un principio consideraba que era el tiempo idóneo, como consecuencia de los avatares por los que ha pasado últimamente la situación política de nuestro país y mi partido. Un tiempo más que suficiente para desarrollar un proyecto político y favorecer el relevo generacional. Nadie es imprescindible en política y, en ningún caso, se puede hacer de la política una profesión. A la política hay que venir a servir, y no a servirse. Y, además, como me recordó Juan Muñoz en mis inicios, “si traes la vida resuelta aún mejor: serás libre y no estarás condicionado por nada, ni nadie”. Un viejo consejo que yo ahora me permito recomendar a todos aquellos jóvenes que les apasione la vida pública y quieran dedicar unos años de su vida a esta noble función que es la política.

En estos años ha sido mucho lo que he aprendido. El contacto continuo con los ciudadanos y la casuística de los diferentes temas abordados es un activo de un gran valor para todos los que hemos tenido la suerte de vivir esta experiencia. Pero también he cometido errores. Los errores nunca son deseables, pero cuando se gestionan bien pueden contribuir a evitar otros. Ha sido un periodo que se ha caracterizado por una gran turbulencia: crisis económica, ruptura de los patrones tradicionales de participación política, desempleo y empobrecimiento de la población, crisis de representación, crisis territorial y secesión de Cataluña, así como una fuerte convulsión orgánica en el PSOE, entre otros eventos acontecidos. Un periodo para sacar conclusiones y reafirmarse en algunos de los principios que deben presidir la actuación política.

Considero que un partido político nunca puede ser fin en sí mismo, como a veces lo conciben muchos compañeros y otros miembros de otras formaciones, sino un medio instrumental para dar respuesta a los problemas de los ciudadanos. En la medida en que un partido y sus políticos son capaces de dar respuesta a los problemas de una sociedad cambiante, a la vez que constituirse en un actor principal del cambio y transformación social, tendrán más reconocimiento y credibilidad. En un entorno tan turbulento como el social, el “pan se gana día a día”. La acción política se ha de concretar, tras un buen análisis y un proceso participativo, en propuestas para elevar a las instituciones. Siempre tiene más efectividad y reconocimiento social lo que crea que lo que destruye; la crítica siempre ha de ir acompañada de una propuesta para que tenga credibilidad y aporte valor. Por ello, no he querido nunca entender cómo los compañeros se dejan muchas veces las piel en defender sus posiciones emocionales en las peleas con otros compañeros, algo que no aporta nada a la acción política, y sin embargo no defienden con igual intensidad y dedicación sus aportaciones a la acción institucional. En definitiva, prefieren estar en la pelea orgánica que en aquello que constituye la esencia de la política: la búsqueda del bienestar para los ciudadanos.

La cohesión interna de un partido político es otro factor esencial. Constituye su mejor tarjeta de presentación social. Es una condición necesaria, aunque no suficiente. Un partido con división interna y discrepancias públicas genera dudas y anticuerpos sociales que pueden llegar a quebrar su credibilidad y aceptación social. El debate y la autocrítica son esenciales para mejorar la acción política, pero este debate ha de efectuarse en el interior, nunca hacia el exterior. Ninguna familia que se precie lava los trapos fuera. Los personalismos y la frustración ante los objetivos personales no alcanzados pueden constituir para alguno el motivo para justificar su crítica externa. Al partido y al secretario general, ante estas situaciones, sólo le queda buscar la armonía interna y tragar saliva. Yo he tragado mucha saliva, pero este es el coste de estar al frente de la organización. Y, la verdad, es que personalismos como en todo grupo humano no faltan, sobre todo en el ámbito local.

El liderazgo es un otro factor clave en política. Durante estos años he procurado ejercerlo con convicción. Tomar decisiones y no mirar para otro lado es esencial. Los “bienqueda” en política tienen poco recorrido. Para ello es necesario asumir riesgos y hacerse cargo del ánimo colectivo. Y siempre que sea posible ilusionar a la ciudadanía. Las decisiones han de ser fruto de la integración de posiciones. La discrepancia y las posiciones divergentes constituyen una oportunidad para dar consistencia a la toma de posición. Lo peor que le puede ocurrir a un líder es contar con la complacencia y la veneración populista del grupo que le rodea. Flaco favor le harán a él, al partido y a la sociedad. Las decisiones siempre son de quien se sitúa al frente de la organización. Mucho más sin son poco populares o afectan negativamente a algún compañero. He tenido la oportunidad de comprobarlo, y su amplificación es mayor en la medida en que más grande es el equipo directivo.  A pesar de ello, el secretario general ha de ser el motor del partido.  Para ello tiene que marcar los temas de la agenda política, trabajar intensamente y procurar la unidad de acción y de mensaje. Yo, al menos, así lo he creído y lo he practicado. Pelos en la gatera me he dejado unos cuantos, pero con la satisfacción personal de haber actuado conforme a lo que uno entiende que debe hacer y no eludir. Dicho esto he de afirmar que respeto a la mayor parte de los políticos que en el día a día a día se ponen de perfil ante los problemas, echan la culpa siempre al contrario, o dan un puntapié hacia delante para no tomar decisiones que les puedan erosionar en su posición personal; pero ni lo comparto, ni los entiendo.  

En política, como también en otras muchas actividades, considero necesario la renovación y el equilibrio intergeneracional. Hay quien ha calificado a los antiguos dirigentes como “viejas reliquias”. Un error que pone de manifiesto una visión muy corta de la política.  La organización ni puede estar repleta de jovencitos inexpertos, ni de viejas reliquias conservadoras. Lo ideal es el equilibrio y la transmisión de experiencias y dinamismo. La pelea intergeneracional no es fácil, pero lo peor que le puede ocurrir, según mi experiencia, a una organización es que su dirección sea inconsistente y los puestos decisivos sean ocupados por personas que carecen de un adecuado desarrollo profesional o político, como prefieran. Eso antes o después se acaba pagando.




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