El Process catalán es un
auténtico tsunami nuclear para los catalanes, los españoles y los europeos. Es
mucho los que nos jugamos todos. En primer lugar, la convivencia entre los propios catalanes, con independencia de su
posición social y económica. La sociedad catalana está divida en dos y con
riesgo de que se quiebre la Paz social,
principal activo de cualquier sociedad moderna y civilizada. Pero también la
armonía con el resto de los ciudadanos y pueblos de España. En segundo lugar, la
cohesión social sustentada en la
solidaridad para la búsqueda de la igualdad y el avance social. En tercer
lugar, la estabilidad económica para
atraer inversiones, mejorar la productividad y con ello el crecimiento
económico y la redistribución de la riqueza, así como el equilibrio social y
económico intergeneracional. Y, por último, la
ruptura del proyecto político plurinacional europeo. El efecto disgregador
del secesionismo catalán no sólo tendría un efecto multiplicador en País Vasco,
Baleares, Navarra y Valencia, sino que extendería sus efectos nocivos a un
amplio elenco de comunidades de la Europa, poniendo en riesgo el proyecto de
bienestar social más avanzado que nunca haya habido en el mundo.
Los
independentistas catalanes han utilizado, como elemento vertebrador de su causa
y división de la sociedad catalana, el agravio con lo español. Para ello han
explotado mensajes emocionales que creaban un agravio de los catalanes con el
resto de España. Han afirmado que Cataluña paga más impuestos y recibe menos
inversión que la media de España. Una serie de afirmaciones que son falsas y
que no se corresponden con datos reales. Cataluña es la región de España que
más inversión ha recibido desde 1991. Más del doble que la Comunidad Valenciana
y Madrid. Todos los gobiernos han hecho un importante esfuerzo de inversión en
Cataluña, en especial los de Felipe González, pero jamás se ha discriminado a
Cataluña en inversión con respecto al resto de España. Sólo en los momentos de
recesión económica como en el 93 y en 2010 se ha resentido la inversión en
Cataluña, pero no más que en el resto de España. En estos momentos la mayor
inversión programada corresponde al Corredor Mediterráneo, que impacta de lleno
en Cataluña. Apelar al sentimiento emocional y fundamentar el agravio en una
gran mentira sólo contribuye a generar frustración y sembrar odio y desconfianza.
La crisis económica
ha afectado a Cataluña con igual intensidad que el resto de España. La tesis
independentista de que España es un freno para salir de la crisis y vivir mejor
es una afirmación interesada para acelerar la desafección de los catalanes
hacia el resto de España. Basta correlacionar las cifras de empleo y
crecimiento económico de Cataluña con el fenómeno independentista para
comprobar cómo, cuando la crisis estaba en su punto más álgido, los
independentistas se disparaban cerca del 50 por ciento de la población,
mientras que a medida que se superaba la
recesión y crecía el empleo la adhesión independentista era menor, como es el
caso de la situación actual. No obstante, conviene no olvidar que fue Artur Más
quien lanzó el agravio independentista ante
la fuerte contestación que tuvo en la calle los fuertes recortes que aplicaron
para hacer frente a la crisis en materia sanitaria y educativa en los
presupuestos de la Generalitat de 2011. Acudieron
al recurso fácil de echar la culpa al Gobierno del Estado por la falta de
medios y la infrafinanciación. Abonaron de esta forma el discurso de la
discriminación para desviar la atención de su problema de gestión, a la vez que
fomentar el discurso independentista. Ahora, que por suerte, la situación
económica está mejorando y creciendo el empleo, están apretando el acelerador
para no perder la senda independentista. Una posición similar a la de Ada Colau
y Pablo Iglesias, si bien éstos con fines oportunistas y electoralistas, sin
más; porque sustento ideológico hay poco, y menos de carácter social; de otra
manera no se puede entender cómo se apuesta por quebrar la solidaridad.
La situación es
delicada. Las inversiones empresariales se han congelado en Cataluña. La Cámara
de Comercio americana ha recomendado no invertir. Muchas de las empresas con
sede social en Cataluña han preparado planes de contingencia y prevén, si fuese
necesario, cambiar su sede a Madrid, Valencia o Sevilla. El dinero busca
estabilidad y no conoce de sentimientos independentistas. La falta de
estabilidad política y social, así como de seguridad jurídica, puede llevar a
una drástica caída del PIB de Cataluña, pero también del resto de España,
aunque con menor intensidad. Cataluña, al igual que en los 60 y 70, es la comunidad que más vende al
resto de España y la que tiene mejor saldo comercial, con un superávit de
17.900 millones de euros. Por suerte, los mercados de momento no han descontado
la crisis catalana porque carece de credibilidad. Sin embargo, las agencias de
calificación de deuda empiezan a alertar de que la tensión puede afectar al
crecimiento. Nadie cree que Cataluña vaya a ser independiente. Por suerte. Pero
si este sueño de algunos desaprensivos se hiciese realidad estarían condenados
a ser una comunidad pobre, a salir del euro y a contar con una prima de riesgo
entre 600 y 700 puntos básicos que haría inviable la financiación de su
presupuesto. El Process catalán es un
cáncer cuya metástasis nos puede acabar afectando a todos los españoles.
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