No hay nada más
sublime en la acción política que el municipalismo, tanto en su proyección
institucional como personal. El espíritu del municipalismo es la vocación de
servicio público que requiere su ejercicio. Ninguna persona honesta que se
precie puede aspirar a formar parte de una corporación municipal si pretende no
respetar la Ley o buscar el enriquecimiento. En la acción municipal se dedica
mucho tiempo y en muchas ocasiones se pone dinero del propio bolsillo. Existe
la creencia por una gran parte de la sociedad de que es al contrario, pero,
como han tenido la oportunidad de comprobar los que han pasado de “las musas al
teatro”, la realidad es muy diferente. Los que en algún momento de nuestra vida
hemos tenido la oportunidad de formar parte de una corporación municipal,
sabemos que la participación en la vida municipal es la mejor forma de conocer
la sociología del medio en el que uno habita y comprender los problemas del día
a día de sus vecinos.
La gestión
municipal no es fácil. En ella confluyen temas que inciden en la vida de los
ciudadanos de forma directa de muy distinta naturaleza, y a veces con gran complejidad,
con intereses muy subjetivos. Lo cual otorga un carácter muy intenso a la
dedicación. De ahí la necesidad de acertar en las grandes líneas de actuación
que han de marcar la política municipal. El proyecto del equipo de gobierno
cobra en este caso una relevancia especial para avanzar en la mejora de las
prestaciones, a la vez que no descuidar la proyección y evolución de futuro.
Pero si el papel del equipo de gobierno es fundamental, el de la oposición no
es menor. Ésta debe monitorizar y evaluar en todo momento la acción municipal
con criterios rigurosos, huyendo en todo momento de la demagogia y las
tentaciones populistas. Su contribución en este caso será doble. Por una parte,
a incentivar al equipo de gobierno para superarse día a día, y por otra, a dar
consistencia a una futura alternativa de gobierno. En cualquier caso, el vecino
debe constituir la razón de ser de todas las políticas municipales, bien sean éstas
del equipo de gobierno o de la oposición.
El republicanismo
federal, al igual que Proudhon, han defendido la idea de que “el municipalismo
es la gestión directa del municipio por parte de sus integrantes”. Y de esta
forma conjugan institución y movimiento social. La esencia democrática del
municipalismo requiere que sus ediles sean representativos y respondan a la
voluntad del “demos”. Otra cuestión es si la gestión la han de ejercitar ellos
de forma directa, o bien situarla al frente en cada área de órganos
administrativos especializados, dada la complejidad y dificultades que entraña
la gestión en los grandes y medianos núcleos urbanos para la búsqueda de la
eficiencia y la optimización de recursos, evitando así las tentaciones de sesgo
partidista que pueda conllevar la instrumentalización de la gestión para fines
electorales. La Corporación deviene así en una especie de consejo que debate
las políticas y sus líneas de desarrollo, las vota, efectúa su seguimiento en
base a la verificación directa y los informes de los técnicos, reprueba y
separa a los técnicos y funcionarios cuando en base a criterios objetivos
consideren que su actuación no se ajusta a las directrices marcadas. Este
enfoque ya ha sido objeto de debate en nuestro
país y no se trata de una cuestión baladí.
El municipalismo
es ante todo servicio público. Y éste se ha de fundamentar en una buena gestión
orientada al ciudadano con una exquisita selección, combinación y asignación de
recursos, que casi siempre son escasos. Hoy día la gestión municipal presenta
mucho ruido. Tiene su origen en las disputas partidistas que en muchas
ocasiones pierden el norte, y convierten los ayuntamientos -en especial los más
significativos- en un escaparate para persuadir a los vecinos de la
superioridad de su oferta política a través de sobreexposiciones o de líneas de
acción que no entroncan con las auténticas necesidades de los ciudadanos sobre
los que extienden la acción de gobierno. Por otra parte, la representación
democrática no siempre conjuga con la necesaria especialización en gestión y
cuestiones funcionales de personas que tienen vocación política y pueden llegar
a gozar de alto reconocimiento, pero carecen de la preparación necesaria para
desempeñar puestos de gestión específicos asociados a la concejalía que
dirigen. Y mucho menos se debe pretender hacer de la representación municipal
una profesión para buscarse el sustento personal y prolongarla, empezando a
convivir así con los problemas del día a día sin darse cuenta. En este caso los
árboles es posible que no dejen ver la perspectiva del monte. La limitación de
mandatos puede ser una buena medida para promover la rotación y dinamización de
los ayuntamientos. Desde mi punto de vista superar tres mandatos de cuatro años
puede ser pernicioso, no sólo para la institución sino también para quien con
toda ilusión dedica casi las 24 horas del día a tan noble función.
El modelo de
municipalismo español requiere de un debate profundo y un amplio consenso para
prestigiarlo y mejorar sus resultados. El debate sobre la reforma
constitucional debiera llevar asociado el debate de las grandes cuestiones de
Estado, y una de ellas es el municipalismo. Los tiempos han cambiado y las
necesidades también. Los intereses de los ciudadanos han de estar en centro de
cualquier programa reformista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario