sábado, 10 de febrero de 2018

De la política y los políticos



Sigue revuelto el panorama político. Me atrevo a decir que aún no ha encontrado el Norte. El mejor representante de la situación es el Sr. Puigdemont. Su cinismo y desprecio hacia los ciudadanos no tiene límite. Una vez conocidos sus tuits, su posible presidencia testimonial, su nueva mansión en Waterloo -por si aún faltaba alguna prueba- cualquier persona de la sociedad civil, independentista o no, debiera darle la espalda tanto a él como a la pandilla de vividores que tejen día a día el “delirio catalán”. Un fenómeno que tiene un sustrato común con la forma en la que se hace política y se participa en la política en estos momentos en nuestro país. Una acción política en la que en muchos casos las emociones más variadas son los auténticos motores de cualquier planteamiento y pauta de actuación, con independencia de la naturaleza del problema y de la búsqueda de soluciones racionales. Así que a “río revuelto, ganancia de pescadores”, lo que propicia la aparición de políticos sin escrúpulos con soluciones para todo y todos, donde el planteamiento de sus propuestas no resiste más allá de la palabrería del momento.

La política mediática, de un tiempo a esta parte, está condicionando la política real. Hoy, examinando el panorama político, se tiene la sensación, en un gran número de ocasiones, de que las propuestas para dar respuesta a los problemas quedan subordinadas a su oportunidad mediática en conjunción con lo que puedan hacer otras fuerzas políticas de la competencia, “no sea que nos vayan a quitar el pan”. El tacticismo del momento quiebra por momento cualquier línea consistente de actuación a la hora de abordar los problemas desde una determinada perspectiva ideológica. Este mal político se presenta de forma transversal en las diferentes instituciones, niveles administrativos y partidos políticos. Se alimenta desde sus órganos de decisión el populismo y con ello la persuasión de corto alcance que más antes que después deviene en frustración ciudadana y descrédito de la política y los políticos. Uno de los motivos por los que nos encontramos en una situación de alta volatilidad política con un cambio continuo en las expectativas de voto.

Otra de las perversiones por las que atraviesa el panorama político español es su atractivo profesional. Si algo requiere la política son convicciones firmes y consistencia en los planteamientos con vocación de servicio público. A la política se viene a servir y no a servirse. Son muchas las personas que a raíz de la crisis de la noche a la mañana han descubierto su vocación de servicio público ante la falta de expectativas profesionales en otros ámbitos. Y para esto no hay edad. Bien es cierto que, aun reuniendo los atributos referidos para estar en la vida pública, es muy conveniente disponer de libertad económica personal para no estar subordinado al mandato imperativo en todo momento de quien o quienes te pueden dejar sin renta.

Hay quienes lo plantean y presentan como la necesidad de un cambio generacional. E incluso se atreven a autodenominarse en las redes como la “new generation” y justifican su presencia como el necesario relevo generacional. Los que empezamos a peinar canas sabemos por experiencia que la juventud en un valor sagrado, pero que no conlleva por sí mismo ni más vitalidad ni el cambio político necesariamente. Se puede ser joven y carecer de impulso vital, y al revés; o colocarse la etiqueta de progresista por el mero hecho de considerarse joven y ser reactivo ante cualquier innovación o cambio. Lo mismo ocurre con el cambio político. La edad de los dirigentes por sí misma no propicia cambio de políticas. Puede llegar a generar una mejor identificación con los grupos de población de edad equivalente, pero si la gestión es desacertada durará lo que tarde en repercutir socialmente sus efectos. La mejor respuesta siempre es la formación y la experiencia. El éxito siempre está en el equilibrio intergeneracional dinámico. Lo peor siempre será la ignorancia. Y de esto son muchos los que hacen gala de ella día a día.

Hoy más que nunca es necesario un cambio de cultura política. La política se tiene que centrar en dar respuesta a los problemas de los ciudadanos y alejarse del ensimismamiento de los partidos y sus dirigentes, cuyo mal está muy presente en el momento actual. Mirar al futuro, distinguiendo entre los planteamientos de corto, medio y largo alcance. Incorporar a la vida pública los mejores activos del país. Personas preparadas y con oficio, capaces de dar lo mejor de sí mismos, con honestidad y generosidad, pero sin convertir este noble servicio en una profesión. Los españoles tienen mucho que decir y son los protagonistas principales de la actuación “de la política y los políticos”. 




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