El antropólogo
Mikel Azurmendi afirma que “no sólo la lengua hace vasco al vasco, sino también
convierte al forastero en vasco”. La misma afirmación se podría hacer para el
catalán y para el resto de lenguas cooficiales con el castellano en los
diferentes territorios del Estado español donde coexisten. La lengua ha sido la
principal seña de identidad cultural de un pueblo, pero también el principal
elemento vertebrador de los nacionalismos en nuestro país, como hemos podido
comprobar en aquellas Comunidades Autónomas a cuyo frente han estado gobiernos
de corte nacionalista. La hegemonía vehicular de la lengua en la educación ha
marcado una mayor o menor intensidad del sentimiento nacionalista en cada
territorio, pero a su vez ha proyectado tensiones de otro signo, como estamos
comprobando estos días ante la aplicación del 155 en Cataluña.
La Constitución
española en su artículo 3 establece que “el castellano es la lengua oficial del
Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a
usarla”, a la vez que contempla que “las demás lenguas serán también oficiales
en las respectivas Comunidades Autónomas”. El devenir histórico de estos años
desde el 78 hasta hoy ha puesto de manifiesto importantes avances de las lenguas
cooficiales frente al castellano. En Euskadi el 36 por ciento de su población
es vascoparlante, y en la escuela el 66 por ciento de los alumnos han optado
por el Euskera como lengua vehicular. El catalán es hablado por un amplio
porcentaje de los catalanes; sin embargo, el castellano supera al catalán en su
uso ordinario. En la escuela ha sido desplazado por el catalán como lengua
vehicular, lo que ha llevado a no pocas familias a recurrir esa situación ante
la Justicia, ante el incumplimiento de los preceptos constitucionales por la
Generalitat y la pasividad de los gobiernos nacionales para que se cumpla la
ley.
La batalla por la
hegemonía de la lengua está presente en la agenda política española, y muy
especialmente en Cataluña. El Tribunal Constitucional ha anulado la fórmula en
la que el ministro Wert pretendía impulsar el castellano en los colegios
catalanes. Ahora, el Gobierno de España está estudiando la vía para reforzar la
enseñanza del castellano. Diversas sentencias han puesto de manifiesto el
incumplimiento de la Administración catalana en materia lingüística, en
detrimento del castellano. El catalán y el castellano quedan equiparados en
materia de enseñanza en la escuela, sin que una prevalezca sobre la otra. La
realidad es muy diferente. El castellano es una lengua vehicular y debe ser
enseñado en una proporción razonable, nunca inferior al 25 por ciento. La
controversia política está presente. PP y C’s son partidarios de buscar
fórmulas que no discriminen al castellano, ni a quienes consideran que sus
hijos han de formarse en esta lengua. Esta posición contrasta contra el
posicionamiento de los partidos de corte nacionalista e independentista, que
apuestan por la lengua como factor de cohesión del nacionalismo. Y la de otros
que prefieren no desgastarse marcando posición en este tema.
Los gobiernos
nacionalistas, muy conscientes de la importancia del idioma para su causa, han
establecido desde hace tiempo incentivos para acelerar su aprendizaje e
inmersión. El acceso a la Función Pública en sus respectivos territorios o la
concesión de determinadas ayudas y subvenciones han venido determinadas por el
uso diferencial de una lengua cooficial frente al castellano. Así no sólo se ha
discriminado una lengua oficial, sino que se han quebrado derechos
constitucionales de las personas y entidades al romper el principio de
igualdad. Este problema debiera resolverse en un marco de diálogo y
entendimiento, respetando el derecho de las familias a elegir lengua vehicular
para sus hijos, y garantizando siempre el equilibrio de las lenguas
cooficiales. No será fácil. Ha sido mucho el tiempo perdido, pero es necesario
buscar una solución equitativa; y si es por acuerdo, mejor. La lengua nunca
puede ser un elemento para la batalla y disputa, y mucho menos cuando, lejos de
contribuir a la pelea, debe ser un factor de orgullo cultural e identitario.
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