Si por algo se
caracteriza el comienzo del nuevo curso político es por la incertidumbre de su
desarrollo. Peor no ha podido comenzar. La ministra de Sanidad se ha visto
obligada a dimitir por un presunto caso de plagio de un ‘trabajo fin de máster’,
el presidente del Gobierno se ha sentido acosado por una pregunta sobrevenida y
fuera de reglamento del líder de Cs sobre su tesis doctoral en la primera
sesión de control de septiembre, y el líder de la oposición siente el aliento
del Tribunal Supremo por la tesina de su máster. La tensión se masca en el
ambiente. Y la cuerda se tensa por momentos por todos los grupos. El caso es
que todos somos conscientes -eso parece- de que es necesario articular otra
política, pero se dice en privado una cosa y en público otra. El pasado jueves
un altísimo dirigente del PP me decía que teníamos que salir de este embrollo y
que no podíamos seguir así, y minutos más tarde registraba con su firma la
petición de comparecencia del presidente del Gobierno sobre el tema de la
tesis. Es lo que hay.
Sin duda me quedo
con las palabras de la portavoz de Coalición Canaria en su intervención en el
RDL sobre el Programa de Activación para el Empleo en el pasado pleno. Ella se
congratulaba de poder debatir algo que de verdad afecta al bienestar de los
españoles, como es el caso del empleo. El nuevo curso político, el tiempo que
dure, que esa es la otra gran cuestión que pulula en el ambiente, debiera
centrarse en los temas mollares de la agenda política española: el problema
catalán, la aprobación de los presupuestos, el futuro de las pensiones y la
dinamización económica para la creación de empleo de calidad.
Cataluña sigue
siendo el problema político de mayor identidad. La Diada de este año ha pasado
sin pena ni gloria, a pesar de la alta asistencia a la concentración convocada.
Siempre suele marcar tendencia en cuanto a la temperatura del problema. El
nuevo Gobierno del PSOE tiene la obligación de intentar y ensayar la
posibilidad del diálogo dentro del marco constitucional. Puigdemont y su
vicario siguen marcando la hoja de ruta. El diálogo con sus propuestas es
imposible. Por primera vez aparecen signos de división y discrepancia entre ERC
y PDeCAT, y de este último entre sí. En el Congreso la nueva líder de la
antigua Convergencia sólo ofrece reactividad emocional y puesta en escena de su
propio ego. Con estos mimbres es muy difícil hacer un cesto, más cuando sus
recursos más valiosos están apartados. Cataluña no sólo marcará el curso
político sino también el futuro del Gobierno.
La dificultad
para aprobar los presupuestos sigue marcando el otro gran tema de la agenda
política española. La nueva senda de déficit público sitúa éste en el 1,8 por
ciento del PIB, medio punto más que lo aprobado en el último presupuesto.
España presenta un déficit estructural muy grande que el anterior Gobierno no sólo
no abordó sino que profundizó el problema con recortes fiscales por valor de
1,2 puntos del PIB. No se puede seguir apostando por el incremento de la Deuda
Pública, que en el momento actual alcanza 1,6 billones de euros -el 98, 2 por
ciento del PIB)-. España necesita un presupuesto realista para dar respuesta al
déficit estructural. De no aceptar la senda del déficit el problema se
agravará. Esta semana se tomará en consideración la Proposición de Ley de
Estabilidad Presupuestaria para agilizar la resolución del problema. Todo
indica que PP y Cs están a lo suyo, y el PDeCAT juega su liga. La incertidumbre
sobre el presupuesto de 2019 es máxima. Siempre queda la “jugada Rajoy”,
prorrogarlos, pero la economía se puede resentir.
La economía
española está dando síntomas de desacelaración. El PP está aduciendo la
desconfianza del nuevo Gobierno como origen del problema, pero no es cierto. El
crecimiento económico en estos últimos años ha estado ligado fundamentalmente a
variables exógenas a la economía española, para lo bueno y para lo malo -el
viento de cola que se denominó en su momento-. La subida del petróleo, el
reflote del turismo en Turquía y la subida de los tipos de interés en la
reserva federal de EEUU están en el origen del problema. En ningún momento se
ha resentido la prima de riesgo, que es el principal indicador de confianza de
los inversores. No obstante, es necesario abordar un cambio de modelo
productivo que nos ofrezca más consistencia, competitividad y rentabilidad a la
empresa española. Los salarios y la calidad del empleo lo agradecerán. Contar
con un presupuesto sólido es imprescindible para consolidar la confianza de los
inversores.
La estabilidad
financiera del sistema de pensiones es otro factor clave en nuestra agenda
política en este próximo curso. El Pacto de Toledo está resultando un gran
fiasco. No acaba de cristalizar y la tensión con los pensionistas sigue
creciendo. Actualizar las pensiones con el IPC real y absorber el déficit de
18.000 millones de euros del sistema requiere generar ingresos que sólo tiene
como posibilidad una mayor recaudación fiscal, salvo que se opte por reducir
las prestaciones actuales o propiciar un sistema mixto de pensiones, reduciendo
el peso en el gasto público de las pensiones. Un problema que estará presente
gobierne quien gobierne; otra cosa es que se quiera abordar o se deje
estallar.
La continuidad
del Ejecutivo es el gran enigma de este momento. Todo indica que el presidente
del Gobierno de no sacar adelante los presupuestos en el mes de febrero o marzo
optará por disolver las Cámaras, un año y tres meses antes de su vencimiento
por plazo. En este caso es lógico que las elecciones generales coincidan en
mayo con el resto de elecciones, a pesar de la resistencia de algunos líderes
políticos. El problema vendrá después. Todo indica que nadie tendrá mayoría
para confeccionar un gobierno propio. Ni tampoco existirán coaliciones
homogéneas. Si en 2016 hubo que disolver las Cortes después de seis meses de
imposibilidad para investir presidente y nombrar Gobierno, todo indica que el
futuro proceso postelectoral, de permanecer las condiciones actuales, irá por
el mismo camino, y volveremos al “no es no”, aunque en esta ocasión no sabemos
muy bien de quién. La incertidumbre seguirá presente en la vida política
española en cualquier caso. ¡Quizás debiéramos pensar en un nuevo paradigma!
Pero para esto hay que tener mucha altura y madurez política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario