El amarillo está
de moda. Y, por desgracia, en este momento en Cataluña representa el conflicto.
El lazo de ese color se ha constituido en un símbolo del independentismo para
protestar por el encarcelamiento de sus líderes políticos. Unas personas que
contravinieron los preceptos constitucionales ante lo que un juez ha decidido
encerrarles preventivamente por un delito de rebelión, lo que les convierte en
“políticos presos” y no en “presos políticos”, como afirma el bloque soberanista.
Lo cierto es que la sociedad catalana está dividida en dos comunidades: una
independentista representada por el color amarillo, en el que se integran
mayoritariamente los catalanes parlantes y personas con fuerte arraigo
familiar, casi el 50 por ciento de la población; y los que utilizan el
castellano como lengua principal y tienen un fuerte arraigo cultural, e incluso
antecedentes familiares, con el resto del territorio español. En Cataluña, si
se utiliza la propia filosofía independentista, hay dos naciones en un mismo
territorio. El problema viene cuando se tensa la convivencia.
Las dos
comunidades sociales que han convivido durante mucho tiempo en Cataluña están
comprobando día a día como se tensa la cuerda. El lazo está suponiendo, en
algún caso, una auténtica fractura social. Hace unos días en una terraza en un
pueblo castellano pude escuchar a otra persona conocida en una mesa colindante
cómo explicaba a sus compañeros de mesa cómo se sentía en Cataluña, después de
llevar viviendo allí más de 30 años, y cómo elevaba la voz para decirles “que
estaba hasta el gorro y que no aguantaba más” de forma muy efusiva, todo ello
acompañado de una clara indumentaria nacional española. Su desesperación
pretendía también llamar la atención del diputado nacional que tenía sentado al
lado, lo que he de confesarles que consiguió. Recientemente se ha agredido a
personas que estaban retirando lazos amarillas del espacio público, al grito de
“vete de mi país”, o la agresión del cámara de Telemadrid por llevar el color
amarillo en la camiseta. La tensión social va en aumento. Y no es un tema
menor. La historia está repleta de episodios negativos de esta naturaleza.
Con el lazo
amarillo se está produciendo el principio de acción-reacción que posiblemente
es lo que van buscando los independentistas. El disenso favorece sus fines. A
lo que se une el oportunismo político que han manifestado los dos principales
líderes del partido mayoritario en Cataluña con su presencia en la vía pública
retirando lazos. La tensión emocional en torno al nacionalismo del signo que
sea constituye una importante veta electoral. Polariza la sociedad y cohesiona
los segmentos sociales en torno a las dos opciones más radicales. Puigdemont y
Quim Torras lo saben, pero Rivera también. La proximidad de las elecciones municipales
y autonómicas favorece dicha actitud, como estamos comprobando. Una vez más se
vuelven a anteponer los intereses de partido y de grupo a los del país. Craso
error, sobre todo de quien aspira a liderar el Estado.
El aniversario de
los actos de desconexión parlamentaria del pasado 4 de septiembre y del referéndum
del 1 de octubre de 2017 recrudecerá la tensión. Se echa en falta un mayor
papel y protagonismo institucional para normalizar esta situación. Le correspondería
a la Generalitat y a los ayuntamientos, pero también al Estado. La vía pública
hay que respetarla y cuando se intenta teñir todo de amarillo se está atentando
contra todos, por encima de la libertad de expresión. Las instituciones no se
pueden poner de perfil, de la misma manera que los políticos no tienen que
asumir el papel que no asumen las instituciones, sino reclamar la actuación de
la que han hecho desestimiento. El Ministerio del Interior y la Generalitat
mantendrán una reunión para tratar el tema en las próximas dos semanas. Se me
antoja tarde. El diálogo y el consenso son necesarios, pero cuando se les
instrumentaliza para conseguir sus fines, como están haciendo los
independentistas, no queda más remedio que aplicar las medidas legales que
otorga el Estado de Derecho, como les ha anunciado el presidente del Gobierno
en su reciente gira por América Latina. De los errores se ha de aprender y
persistir en “lo amarillo” puede traerles mal fario, tanto a los catalanes como
al resto de los españoles. Vamos en el mismo barco, aunque a algunos no les
guste. Lo que no vamos hacer es hundirlo.
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