La turbulencia
política ha regresado con fuerza en los últimos días al Parlamento español. El
desafortunado whatsapp del portavoz del PP en el Senado sobre sus intenciones
en la renovación de los vocales del Consejo General del Poder Judicial -carta
de presentación de cómo algunos entienden la política-, la mala educación, el
vacío político y las continuas bufonadas del diputado Rufián -devalúa día a día
a la política y a todos los políticos-, y el tirón de orejas de la Comisión
europea, la OCDE y el FMI al Gobierno con respecto al proyecto de presupuestos
para 2019 han contribuido a ello. Ante esta situación vuelve a la agenda
política con fuerza la posible disolución de las Cortes y el fantasma asociado
al “día después” de celebración de los comicios. Todos los sondeos pronostican,
desde la actual perspectiva, que ningún bloque homogéneo de derechas, ni de
izquierdas, ni nacionalista alcanzará la mayoría suficiente para poder
gobernar. La inestabilidad y el desprestigio de la política están servidos, lo
que abona el panorama para nuevas épocas de incertidumbre y radicalización
social.
Desde hace tiempo
y con mucha intensidad, ignorando el contexto político, Cs viene reclamando
nuevas elecciones. Lo mismo ha hecho el PP desde la elección de su nuevo líder
y a esta línea se están incorporando con fuerza en los últimos días los
radicales independentistas del PDeCat, y también, aunque de una forma tímida,
con un sí pero no, Podemos. Todos ellos juegan de cara a la galería ante la
opinión pública en este nuevo concepto de persuasión mediática que invade
cualquier acción política. Lo importante no es situar y buscar en la agenda
política los temas prioritarios para los ciudadanos del Estado, sino persuadir
a los electores, de cara a una posible e inmediata campaña electoral, de su
superioridad política. Trabajan públicamente en esa línea, pero en el ámbito
privado ponen de manifiesto su preocupación por que el presidente del Gobierno
pueda tener en algún momento la veleidad de disolver, lo que no les exime de su
petición pública y reiterada de que convoque elecciones ya. Les hay quienes
además juegan en el campo del odio, como es el caso de algunos independentistas
catalanes. Lo cierto es que todos son conscientes del abismo que puede
conllevar la nueva situación, sólo compensado en algún caso por la ganancia de
algunos escaños para algún partido. No se puede descartar un prolongado
periodo, como el que vivimos en 2016, en el que todos los grupos políticos se
bloqueen mutuamente para alcanzar la investidura del presidente del Gobierno, o
la repetición de elecciones.
El presidente del
Gobierno ha manifestado estos días su disposición a disolver las cámaras ante
el escenario político existente. Bien es cierto que con poca convicción y con
la esperanza de que algunos reconsideren sus posiciones. Algo imposible, visto
lo visto. Ante esta situación sólo quedan dos opciones, o convocar o cerrar la
cuadratura del círculo con un acuerdo transversal. La convocatoria pasa por
hacerla en lo que se ha denominado el “superdomingo” de mayo o en el otoño del
2019, todo ello sobre la base de que un presupuesto para 2019 es inviable y no
procede la prórroga del actual para 2020. La convocatoria en el primer
trimestre de 2019 se ve interferida por la negociación de la investidura y
formación de Gobierno en la Comunidad andaluza, lo que lo podría dilatar el
proceso a la espera de los resultados de las generales, generando una gran
incertidumbre en la mayor Comunidad Autónoma del Estado. El “superdomingo” no
está exento de problemas. Diluiría y supeditaría la valoración de la acción de
Gobierno de muchos ayuntamientos y ejecutivos autonómicos a la elección
nacional, generando un efecto arrastre, lo que no es del agrado de un amplio
espectro de ediles y responsables autonómicos de diferentes colores políticos.
Otoño puede ser la solución menos mala; y es, sin duda, la que más riesgos
conlleva para el Gobierno.
En cualquier caso,
“el día después” estará ahí. Un infierno con las bases culturales con la que
hoy una gran parte de los partidos y ciudadanía concibe los pactos de acción de
gobierno. En un encuentro institucional con la presidenta del Parlamento de
Finlandia, esta última semana, nos recordaba cómo en su país llevan 42 años con
pactos de gobierno sin alterar la base doctrinal sobre la que se asienta la
ideología de los diferentes partidos representativos, pero eso sí cediendo y
buscando el punto de equilibrio después de cada proceso electoral para dar
respuesta a los problemas de país. La serie danesa ‘Borgen’ es un buen ejemplo
representativo de la forma de entender y operar en política las democracias
representativas nórdicas. La centralidad democrática debe presidir en el futuro
la forma de hacer y entender la política, de lo contrario su riesgo de
radicalización es muy alto. Los extremos pueden crecer y deteriorar el papel y
prestigio de las instituciones que tanto han contribuido en estos últimos 40
años al bienestar de los españoles. Si no cambiamos el paradigma de actuación
los grandes castigados serán los ciudadanos y en especial los más humildes.
Evitemos el infierno del “día después” y empecemos a construir futuro
aprendiendo de los errores del pasado.
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