La táctica de la
crispación que tanto éxito proporcionó al PP en la década de los 90 ha vuelto a
la política española. Desde que el nuevo líder del PP ha entrado en escena casi
todo se ha tensado, y vale todo. Su maestro ya nos enseñó después de perder las
elecciones del 93 contra Felipe que todo estaba fuera del pacto político,
incluido el terrorismo, como verbalizó en el parlamento. Hoy su discípulo más
aventajado sigue la misma táctica. Ha roto la visión de Estado que decía tener
el PP en los grandes temas nacionales cuando gobernaba. Hoy cabalga montaraz
oteando el horizonte en busca del poder. El poder constituye para los populares
su auténtica ideología y lo único por lo que manifiestan interés.
Las sesiones de
control parlamentario o cualquier frente a frente con el presidente del
Gobierno constituyen el punto álgido de actuación para el nuevo líder del PP. Los
temas más sensibles para el Estado son sus temas preferidos para la
confrontación y la descalificación: el independentismo catalán y la evolución
económica, así como el desprecio hacia el Gobierno y en especial hacia dos de
sus ministros, al tener más pegada mediática. Para hacer oposición hay barra
libre. Se presentan preguntas e interpelaciones sobre cuestiones concretas,
pero a la hora de desarrollarlas se plantean otras. Así ocurrió la semana
anterior con la comparecencia del presidente en Pleno para informar sobre el
Brexit, en el marco del último del Consejo de Europa, y la venta de armas a
Arabia Saudí. El debate se reconvirtió, por parte del presidente del PP, en una
especie de ‘Debate del Estado de la Nación’ anticipado, ante la pasividad de
quien lo dirigía bajo el pretexto de que era muy difícil discernir el contenido
al efectuar el orador una intervención entrelazando temas. Lo que sí que quedó
claro es que el Sr. Casado calificó al presidente del Gobierno de “golpista”,
coreándole la bancada del PP con grandes aplausos y gritos. Todos los
españoles, algunos en directo otros por televisión, pudieron comprobar que
Aznar había resucitado políticamente, mientras la muerte de Rajoy estaba ya
acreditada.
Cataluña es el
tema preferido del nuevo PP. Siempre utilizaron a Cataluña en beneficio propio,
como ya he expuesto en alguna ocasión, pero ahora más. Es reiterativa la
petición de aplicación del 155 de la CE. Están cuestionando hasta su propia
actuación en la última crisis catalana, en la que por cierto contaron con toda
la lealtad del PSOE, lo que ahora no ocurre. Todo indica que lo único que les
importa es cohesionar a sus seguidores y parar a Cs y a VOX, al competir todos
por el mismo espacio político. Lo que es bueno para el PP no lo es para España.
Ellos están a lo suyo. La última encuesta publicada esta semana de estimación
de voto en Cataluña pone de manifiesto la caída de los independentistas
radicales y una gran transformación del mapa político que permitiría opciones
alternativas y sensatas de gobierno. No se puede seguir echando gasolina al
fuego. El PP debiera saber que siempre que lo ha hecho crecieron los adeptos al
independentismo en Cataluña. Basta repasar las los resultados electorales y
correlacionarlos con las posiciones del PP en Cataluña para darse cuenta que ha
sido así. Todos tenemos la necesidad de explorar una salida ordenada y
consensuada del problema catalán sin renunciar en ningún momento a los
preceptos constitucionales. Hoy es más posible que ayer. Sólo es necesario
tener altura de miras.
La crispación
conjuga mal con la vieja cultura del PP. Todo indicaba que el PP iba a
aprovechar esta etapa final de la legislatura para regenerarse e impulsar su
acción política de cara a las futuras elecciones generales. En “petit comité”
reconocían que preferían unas elecciones cuanto más tarde mejor, para llegar
con más solidez a ellas y propiciar un desgaste mayor del presidente del
Gobierno. Los hechos están demostrando otra cosa. Las últimas grabaciones del
comisario Villarejo ponen de manifiesto que la hipocresía y la mentira son los
principales activos del PP. De nada sirve las muchas horas de entrenamiento del
nuevo líder o las histriónicas puestas en escena de algunas de sus diputadas.
Nuevos tiempos requieren nuevas tácticas políticas que pasan por abandonar la
crispación, ocuparse de los problemas de España con sentido de Estado y buscar
un ideario político de nuevo cuño, acorde con lo que representan mirando al
futuro. Para ello lo mejor que pueden hacer es enterrar a los viejos líderes
tóxicos y buscar otros que estén más preocupados por la búsqueda de soluciones
que de ver cómo dan en televisión y se proyecta su sonrisa. España necesita una
derecha moderna y que no utilice la crispación como principal elemento de
desacreditación de la política y los políticos. De ahí al populismo hay un paso
muy corto.
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