sábado, 3 de noviembre de 2018

Vuelta a la crispación


La táctica de la crispación que tanto éxito proporcionó al PP en la década de los 90 ha vuelto a la política española. Desde que el nuevo líder del PP ha entrado en escena casi todo se ha tensado, y vale todo. Su maestro ya nos enseñó después de perder las elecciones del 93 contra Felipe que todo estaba fuera del pacto político, incluido el terrorismo, como verbalizó en el parlamento. Hoy su discípulo más aventajado sigue la misma táctica. Ha roto la visión de Estado que decía tener el PP en los grandes temas nacionales cuando gobernaba. Hoy cabalga montaraz oteando el horizonte en busca del poder. El poder constituye para los populares su auténtica ideología y lo único por lo que manifiestan interés.

Las sesiones de control parlamentario o cualquier frente a frente con el presidente del Gobierno constituyen el punto álgido de actuación para el nuevo líder del PP. Los temas más sensibles para el Estado son sus temas preferidos para la confrontación y la descalificación: el independentismo catalán y la evolución económica, así como el desprecio hacia el Gobierno y en especial hacia dos de sus ministros, al tener más pegada mediática. Para hacer oposición hay barra libre. Se presentan preguntas e interpelaciones sobre cuestiones concretas, pero a la hora de desarrollarlas se plantean otras. Así ocurrió la semana anterior con la comparecencia del presidente en Pleno para informar sobre el Brexit, en el marco del último del Consejo de Europa, y la venta de armas a Arabia Saudí. El debate se reconvirtió, por parte del presidente del PP, en una especie de ‘Debate del Estado de la Nación’ anticipado, ante la pasividad de quien lo dirigía bajo el pretexto de que era muy difícil discernir el contenido al efectuar el orador una intervención entrelazando temas. Lo que sí que quedó claro es que el Sr. Casado calificó al presidente del Gobierno de “golpista”, coreándole la bancada del PP con grandes aplausos y gritos. Todos los españoles, algunos en directo otros por televisión, pudieron comprobar que Aznar había resucitado políticamente, mientras la muerte de Rajoy estaba ya acreditada.

Cataluña es el tema preferido del nuevo PP. Siempre utilizaron a Cataluña en beneficio propio, como ya he expuesto en alguna ocasión, pero ahora más. Es reiterativa la petición de aplicación del 155 de la CE. Están cuestionando hasta su propia actuación en la última crisis catalana, en la que por cierto contaron con toda la lealtad del PSOE, lo que ahora no ocurre. Todo indica que lo único que les importa es cohesionar a sus seguidores y parar a Cs y a VOX, al competir todos por el mismo espacio político. Lo que es bueno para el PP no lo es para España. Ellos están a lo suyo. La última encuesta publicada esta semana de estimación de voto en Cataluña pone de manifiesto la caída de los independentistas radicales y una gran transformación del mapa político que permitiría opciones alternativas y sensatas de gobierno. No se puede seguir echando gasolina al fuego. El PP debiera saber que siempre que lo ha hecho crecieron los adeptos al independentismo en Cataluña. Basta repasar las los resultados electorales y correlacionarlos con las posiciones del PP en Cataluña para darse cuenta que ha sido así. Todos tenemos la necesidad de explorar una salida ordenada y consensuada del problema catalán sin renunciar en ningún momento a los preceptos constitucionales. Hoy es más posible que ayer. Sólo es necesario tener altura de miras.  

La crispación conjuga mal con la vieja cultura del PP. Todo indicaba que el PP iba a aprovechar esta etapa final de la legislatura para regenerarse e impulsar su acción política de cara a las futuras elecciones generales. En “petit comité” reconocían que preferían unas elecciones cuanto más tarde mejor, para llegar con más solidez a ellas y propiciar un desgaste mayor del presidente del Gobierno. Los hechos están demostrando otra cosa. Las últimas grabaciones del comisario Villarejo ponen de manifiesto que la hipocresía y la mentira son los principales activos del PP. De nada sirve las muchas horas de entrenamiento del nuevo líder o las histriónicas puestas en escena de algunas de sus diputadas. Nuevos tiempos requieren nuevas tácticas políticas que pasan por abandonar la crispación, ocuparse de los problemas de España con sentido de Estado y buscar un ideario político de nuevo cuño, acorde con lo que representan mirando al futuro. Para ello lo mejor que pueden hacer es enterrar a los viejos líderes tóxicos y buscar otros que estén más preocupados por la búsqueda de soluciones que de ver cómo dan en televisión y se proyecta su sonrisa. España necesita una derecha moderna y que no utilice la crispación como principal elemento de desacreditación de la política y los políticos. De ahí al populismo hay un paso muy corto.




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