La Constitución
española del 78 (CE-78) se ha convertido en la más valorada y en la segunda
constitución más longeva de la historia de España contemporánea, después de la
constitución de 1876 que estuvo vigente 47 años hasta el golpe de Estado de
Primo de Rivera en 1923. Nuestra Constitución vigente es fruto de un pacto
social entre españoles después de 40 años de dictadura y representa una
historia de éxito tanto social, como político y económico. Gracias a ella hemos
recuperado los valores democráticos, el carácter social del Estado y el
pluralismo político. Se ha generado riqueza como nunca y se ha producido un
reparto más equitativo de la renta. Se ha modernizado el país. La España de hoy
es, por fortuna, muy diferente a la de finales de los 70 de la pasada centuria,
aunque para verlo se necesita perspectiva y luces. Una obra de cuyos
arquitectos hemos de sentirnos orgullosos. Los Padres de la Constitución, junto
con Alfonso Guerra y Abril Martorell, fueron los auténticos artífices de este
proceso de éxito. Durante estos últimos días he tenido la posibilidad de
intercambiar impresiones con todos los que permanecen vivos -Roca Junyent,
Herrero de Miñón, Pérez Llorca o Alfonso Guerra— sobre lo que ha supuesto la
Constitución del 78 y la problemática de la España actual. Su talante y visión
dan una idea de por qué fue posible el pacto y la modernización del país en
estos 40 años. Su cultura política se basaba en el diálogo y el consenso,
factores que hemos de recuperar para abordar los problemas que afectan hoy
especialmente a los españoles. Lo que el Rey Felipe VI, en el acto de
celebración del 40 aniversario en el Congreso, refirió cómo recuperar el
“espíritu de los españoles”.
La CE-78 ha
superado muy bien todos los envites políticos durante este tiempo. Ha dado
respuesta adecuadamente a la salida de la crisis de los setenta, a las huelgas
generales de los ochenta, al bipartidismo renovado en diferentes elecciones
democráticas hasta la década del 2010, y en las dos últimas legislaturas al
multipartidismo. Ha propiciado con éxito la aparición y extensión de nuevos
derechos, como la sanidad y educación universal, pensiones no retributivas, la
dependencia o el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo. El
derecho al divorcio, incorporación progresiva de la mujer al mundo laboral e
institucional en igualdad de derechos y las reivindicaciones de otros
colectivos que se encontraban en la marginación. Basta recorrer estos días la
exposición del Museo Reina Sofía sobre la Constitución, para advertir que
muchos de los derechos y reclamaciones que se recogían en la prensa y en las
pancartas de diferentes grupos políticos de la Transición hoy son una realidad.
Pero, además, en estos últimos cuatro años hemos asistido a la prueba de fuego.
Se produjo la abdicación del Rey en 2014 y la designación de su sucesor. Hemos
asistido a dos mociones de censura, una de ellas con éxito, propiciando la
sustitución del presidente del Gobierno. Y nos ha permitido hacer frente a la
mayor crisis económica y social que haya sufrido occidente. Desde el punto de
vista económico basta analizar algunos indicadores para constatar que la CE-78
ha dado respuesta con éxito a la mejora del bienestar de los españoles. Desde
el 78 hasta hoy la riqueza nacional se ha multiplicado por 17, la desviación de
la renta entre ciudadanos ha disminuido y la tasa de actividad de la mujer se
ha duplicado. El modelo territorial ha sido el que más se ha resentido. Las
competencias de las Comunidades Autónomas quedaron abiertas e indeterminadas,
al igual que su financiación, lo que ha generado y sigue creando tensiones muy
graves con el Estado, que se han traducido en una alta conflictividad ante el
Tribunal Constitucional y en deslealtades manifiestas. El Senado se ha revelado
como una cámara de segunda lectura redundante, pero poco o nada representativa
de los territorios y que no aporta valor en las relaciones transversales entre
comunidades y Estado.
Durante estos
últimos días se han celebrado diversos foros de celebración del 40 aniversario
de la Constitución. La gran pregunta que se ha formulado en casi todos ellos es
si su articulado sigue estando vigente para afrontar los retos que afectan al
pueblo español. Y la respuesta es que sí. Bien es cierto que durante estos años
se han producido una gran transformación tecnológica que ha incidido de forma
muy intensa en los hábitos de vida y en la acción económica global; han
aparecido instituciones nuevas en la vida de los españoles, como la Unión
Europea, o la pertenencia a nuevas instituciones internacionales; nuevos
derechos y prestaciones; y ha desaparecido un elemento tan arraigado en la
conciencia colectiva de los españoles como nuestra moneda, “la peseta”. La
Constitución con el paso de los años va perdiendo sus bríos, ante las continuas
transformaciones y cambios sociales, y no le vendría mal una cura de
actualización para evitar su interpretación en algunos preceptos, pero en lo
fundamental cumple su cometido. Otra cuestión es si se dan las condiciones para
actualizar o cambiar la Constitución y bajo qué premisas.
El proceso de
reforma constitucional es muy complejo. Me atrevo a decir que casi imposible si
no hay un amplio consenso que supere los dos tercios de los parlamentarios y
cuente con un amplio respaldo de la ciudadanía. Reformar la CE-78 requiere un
amplio consenso que no existe hoy por hoy. Y además se precisa de un proyecto
sólido tanto en la parte dispositiva, organizativa y de control que dé
respuesta a los grandes retos del presente y del futuro. La Constitución ha de
tener vocación de permanencia en el tiempo. La CE-78 es la primera del
constitucionalismo español que no pertenece a un bloque ideológico con carácter
exclusivo, de ahí que contara con el 87 por ciento de apoyo de los españoles. Y
lo que nunca debe responder es a una minoría mayoritaria o a la obsesión de un
partido por dar una redacción concreta a un determinado título por razones
instrumentales. Estaríamos ante un fracaso garantizado, a pesar de que los
extremos tanto de derechas como de izquierdas y el independentismo pongan el
máximo empeño en ello.
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