Cuando ya han
transcurrido dos semanas de la celebración de las elecciones en Andalucía la
onda de choque del tsunami andaluz sigue haciendo estragos. Vox continúa
estando presente en las conversaciones de los bares, en la programación de las
televisiones y en la agenda de los partidos políticos. También en el Parlamento,
como pudimos comprobar en la última sesión de control del Gobierno. Todo indica
que esas elecciones van a marcar con intensidad la futura agenda política, e
incluso pueden llegar a establecer un antes y un después, no sólo en Andalucía
sino en el resto del país. El problema territorial sigue y seguirá estando en
el epicentro político. Los partidos independentistas y, en especial, el ínclito
Quim Torra, aprovechando la confusión de
la entrada en escena de la extrema derecha, han exacerbado su radicalidad,
poniendo de manifiesto de forma clara sus contradicciones ante un panorama
político que se volatiliza de un día para otro.
El voto andaluz
no ha respondido a una causa concreta, sino a un conjunto de factores cuya
interacción integral ha producido un importante vuelco en las expectativas y el
mapa electoral. El incremento de un cinco por ciento en la abstención obedece
al hastío y desconfianza de una gran parte de la población hacía la política y
los políticos, lo que hace previsible que este fenómeno se reproduzca en los
próximos procesos electorales y cambie la fidelidad en el voto. La fatiga de la
marca de gobierno después de 36 años tiene también su peso. El 34 por ciento de
los que no han votado al PSOE así lo manifiestan. La inmigración y el freno al
independentismo explican en gran parte el crecimiento de Vox y Cs a expensas de
los votos procedentes del PP y de la abstención, ante lo que ellos consideran
inacción del PP en estos temas en sus años de gobierno. El debate se ha
desarrollado en clave nacional, tomando como ejes el problema catalán y la
falta de empleo. El mensaje populista de ambos partidos sobre estas dos
cuestiones les ha situado en una clara superioridad de cara a un determinado
tipo de electorado que busca un voto de castigo sin profundizar mucho o nada en
los temas de fondo. A ello se une el planteamiento antagónico en estos temas
que mantienen los partidos que hicieron posible el acceso del PSOE al Gobierno.
Sólo por esa razón se explica que Podemos haya perdido el 33 por ciento de sus
votos con respecto a las últimas elecciones celebradas. Lo cierto es que un
alto porcentaje de andaluces no ha ido a votar y muchos de los que han votado
lo han hecho en clave nacional. Andalucía ha votado al margen de las propuestas
para dar respuesta a sus retos de futuro. Así lo han puesto de manifiesto las
encuestas postelectorales y algún programa de televisión con trabajo de campo.
La sociología
andaluza no es muy diferente al posicionamiento geopolítico en otras partes del
mundo. Hoy la relación ciudadanos-políticos se mueve en un nuevo paradigma. Lo
hemos podido comprobar en estas últimas elecciones en Andalucía, pero también
con carácter previo en la elección de Trump, en el resultado del Brexit o en
los últimos resultados de las elecciones italianas. La racionalidad ha perdido
peso en detrimento de lo emocional. Los ciudadanos votan más con las tripas y
el corazón que con la cabeza. No se prima adecuadamente el voto de quien
presenta un programa más consistente para dar respuesta a los problemas de la
comunidad; ni se premia con el voto a quienes se considera más preparados o son
más seductores. Se vota, en muchos casos, con un componente reactivo propio de
una relación amor-odio. Hay quien vota para castigar a quien gobierna y la
propensión al voto se orienta cada vez por estas lindes que por cuestiones
ideológicas. Los medios de comunicación social cada vez son menos influyentes,
al igual que las instituciones. Y lo curioso es que este comportamiento se
reproduce con independencia del estatus social o situación económica. Un factor
que se ha de considerar de cara a futuros procesos electorales.
Las elecciones
andaluces han enturbiado aún más de lo que lo estaba la política española.
La incertidumbre sobre el futuro
político se ha incrementado. En la comparecencia del presidente del Gobierno en
el Congreso para analizar la situación de Cataluña y el Brexit se puso de manifiesto
que todos los grupos políticos se han puesto en clave electoral. Se ha iniciado
una campaña que puede ser muy larga. Todos piden elecciones pero nadie las
quiere. Y los presupuestos de 2019, que son la herramienta que puede dar
respuesta a los problemas más acuciantes del país, y cuya puesta en escena con
la presentación del techo y senda de gasto por segunda vez en este año en el
último pleno de año, dan la sensación de que sólo es una cuestión que le
preocupa al Gobierno. El tsunami andaluz ha revuelto las aguas, y lejos de
contribuir a proyectar confianza y bienestar para el desarrollo de la agenda
política, ha introducido más incertidumbre y tacticismo político, que para
muchos servirá de justificación para apoyar a los que se han incorporado a la
política, porque consideran que es un cáncer social. Un bucle que puede ir en
aumento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario