Venezuela está
atravesando uno de los momentos más difíciles de su historia reciente. Los tres
meses de protesta en 2017, tras la usurpación de funciones por parte del ‘Gobierno
Maduro’ a la Asamblea Nacional y la apertura de un proceso constituyente, se
saldaron con 150 muertos. Ahora, tras la autoproclamación como presidente de la
República del presidente de la Asamblea Nacional, el opositor al régimen JuanGuaidó, las multitudinarias protestas callejeras se han saldado, hasta el
momento, con 26 muertes. La situación es muy delicada, y si no se gestiona
adecuadamente puede terminar en un baño de sangre, algo de lo que siempre nos
ha advertido José Luis Rodríguez Zapatero. Tenemos la obligación de evitarlo.
El populismo
bolivariano de Chaves y después de su sucesor, Maduro, han llevado a Venezuela
a una situación caótica. Se ha producido un colapso económico, en el que una
amplia mayoría de la población tiene enormes dificultades para satisfacer las
necesidades básicas y muchos venezolanos se han visto obligados a huir a
Colombia y otros países sudamericanos principalmente. En materia de libertades
y derechos, la Venezuela bolivariana se aproxima más a una dictadura de corte
populista que a una democracia occidental, más que les pese -ya parece que
menos- a sus seguidores doctrinales de Podemos en nuestro país. Todos los
mediadores para revertir la situación han fracasado en su intento. Así le
ocurrió a Felipe González y a Zapatero. Y todo indica que la influencia que viene
ejerciendo EEUU en el continente
sudamericano puede tener sus efectos en la situación política
venezolana. Lo que no ha sido capaz de alcanzar la diplomacia europea lo puede
alcanzar Trump, eso sí, a su manera. Cueste lo que cueste, incluida la acción
virulenta con sus letales efectos.
La
autoproclamación de Guaidó ha venido precedida del empuje del vicepresidente de
los EEUU, el Sr. Pence, quien animó a la oposición a intervenir a través de una
columna en ‘The Wall Street Journal’. Una vez proclamada, aprovechando la fecha
del aniversario de la instauración de la democracia tras la caída de la
dictadura de Marcos Pérez en 1954, el presidente americano brindó su apoyo
incondicional y reconocimiento al líder opositor. A la vez que ha recordado que
“no estamos considerando nada, pero todas las opciones están sobre la mesa”.
Blanco y en botella. El resto de los países de América Latina no han tardado en
seguirle. Todos salvo México. La reivindicación legítima de los venezolanos
para recuperar la democracia y restablecer sus libertades, como es la petición
de elecciones democráticas y un Gobierno de transición, ha sido aprovechada por
Trump para extender sus tentáculos de poder despreciando el concierto
internacional. Estamos ante un “golpe blando”. No olvidemos que el poder
militar en Venezuela, de momento, lo tiene Maduro, y según su cúpula militar el
ejército le proporciona un apoyo incondicional. La solución americana carece de
la sensatez debida y tiene un factor de riesgo elevado si no se realiza de una
forma concertada con los diferentes países y bloque políticos vinculados de una
forma u otra con Venezuela.
La UE ha apostado
por evitar el “baño de sangre”. A pesar de las diferentes posiciones, se ha
impuesto la sensatez. El comunicado señalaba que “la UE pide con fuerza el
inmediato comienzo de un proceso político que lleve a unas elecciones libres y
creíbles, de acuerdo con el orden constitucional”, a la vez que reclama a las
autoridades venezolanas que eviten el uso excesivo de la fuerza y garantice la
seguridad de todos los miembros de la Asamblea. Todo un ejemplo al mundo que se
ha de complementar con una acción diplomática activa para encauzar lo antes
posible la celebración de elecciones libres. Lo primordial es buscar una acción
concertada internacional, con EEUU y países de América Latina, para buscar una
salida democrática en Venezuela.
Ante este
problema vuelve a contrastar, una vez más, la posición del líder del PP, el Sr.
Casado. No desaprovecha una para lo que él considera “hacer política”, que no
es otra cosa que atacar al contrario y situarse en la posición más extrema
posible en el marco de su escalada electoralista. Sus declaraciones ponen en
entredicho su sensibilidad democrática y su aptitud para ocupar el puesto de
líder de la oposición. Y, sobre todo, su falta de respeto al pueblo venezolano,
en un momento en el que se requiere más templanza que nunca y sobre todo
sensatez con luces largas. De lo contrario, el riesgo de un final sangriento
será muy alto. Venezuela tiene que revertir su régimen y celebrar elecciones
libres cuanto antes, pero tiene que evitar una transición cruenta, aunque a
Trump le dé igual lo que pase con tal de extender sus tentáculos.