domingo, 7 de diciembre de 2014

Valores



En una sociedad democrática, los valores éticos y democráticos han de presidir la línea de conducta de todo dirigente elegido democráticamente en las urnas. Lo contrario sería una quiebra del contrato social que el electo rubricó con el “demos” cuando fue elegido.

Sin embargo, no siempre la acción política se circunscribe a este contrato social tácito en el que se ha de anteponer el interés general al particular, y orientar el trabajo bajo una vocación de servicio público. Para algunos políticos, con independencia de la administración y organismo al que se adscriba, el ejercicio de su actividad pública se orienta más a potenciar su ego y la búsqueda de la notoriedad que el bien público, aunque para ello no tengan ningún escrúpulo en adornar toda su acción bajo una verborrea demagógica.

El nihilismo político está hoy más presente que nunca en las instituciones públicas. Personas obnubiladas por el efecto de notoriedad están accediendo a la noble actividad política con el único afán de hacerse famosos, hacer de ello su medio de vida, aunque sea en unas condiciones muy precarias, y tener poder. Para ello puede llegar a valer todo. La demagogia, la mentira, las malas artes, la puñalada trapera a los compañeros… Solo hay un objetivo: maximizar sus objetivos personales cueste lo que cueste.

Hoy la acción política, más que nunca, se ha de fundamentar en valores. Aceptar en la toma de decisiones la mayoría, el respeto a quien ejerce la autoridad o coordinación del grupo, la lealtad a interés general y al grupo, el trabajo en equipo frente al individualismo a ultranza… Son principios y valores que han de seguir presidiendo el trabajo en las instituciones públicas. Hay una realidad empírica y es que todas aquellas organizaciones e instituciones que han tenido éxito lo han fundamentado sobre esas bases, pero a su vez a todas aquellas que les ha ido mal se han sustentado sobre actuaciones anárquicas y poco rigurosas.

En la vida pública no debe haber lugar para los frívolos y superficiales. Lo público no puede ser el refugio de vividores, con escasa o nula formación, y malas artes, que fundamentan toda su acción en el culto al “yo”, y no tienen otra salida profesional. El trabajo para los ciudadanos requiere de los mejores servidores públicos. Aquellos que son capaces de trabajar al servicio de los ciudadanos que les eligieron y que ajustan su actuación con pleno respeto a las instituciones y a los ciudadanos a los que se deben. Y, para ello, es necesario no mentirles, ni engañarles. Y garantizar la lealtad institucional. En definitiva, sustentar valores. 



     
        


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