El vicario de
Puigdemont nos ha vuelto a deleitar esta última semana con una de las suyas. El
pasado 1 de octubre, en el primer aniversario de aquel nefasto día en el que el
Gobierno de la Generalitat hizo pública su locura ante el resto del mundo con
su referéndum fallido, animó a los Comités de Defensa de la República a seguir apretando. O, lo que es lo
mismo, a proseguir con los actos de rebelión y vandalismo ciudadano. Unas horas
más tarde, los mismos a los que animaba a profundizar en la subversión a la
salida del Parlamento catalán le abucheaban y le increpaban. El presidente de
la Generalitat, ante este escenario, no encontró mejor defensa que amenazar al
Gobierno de España con retirarle el apoyo parlamentario si no convocaba un
referéndum de autodeterminación en el plazo de un mes.
Cataluña, una vez
más, vuelve a estar en el centro del huracán. Algunos pensamos y constatamos cómo
algunos dirigentes independentistas catalanes están enfermos. Su obsesión les
lleva a una paranoia, y nos preguntamos si una gran parte de la sociedad
catalana ha perdido el “seny” del que siempre hicieron gala, y que hoy más que
nunca demuestran que no son capaces de encontrarlo. Lo que ha quedado claro es
que el Gobierno de la Generalitat no sabe ni dónde está ni a dónde quiere ir.
Están perdidos. ERC ha puesto pie en pared y el enfrentamiento con sus socios
de Gobierno de Junts per Sí es ya abierto. ERC ha dejado claro esta semana que
no se va a salir de la legalidad y está pidiendo a voces un acuerdo con el
Gobierno de España. De hecho, esta última semana, con la suspensión del pleno
del Parlament catalán, les ha ganado el pulso a los pupilos del de Waterloo.
Pero en el Congreso sus diputados apuestan claramente por la distensión y
búsqueda de acuerdos con el Gobierno. Como también lo están al menos cuatro de
los ocho integrantes del PDeCAT. No así la embajadora parlamentaria designada
por Puigdemont en el Congreso y a la vez portavoz testimonial de su grupo, y a
la que, todo sea dicho, la política en mayúsculas la viene grande. Sin duda es la
mejor representación de la burguesía catalana en su versión pija.
Si ya es grave
que Cataluña en el último año y medio haya perdido su confianza ante los
inversores, como revela la caída progresiva del crecimiento del PIB, que lo
sitúa a la cola de las diferentes Comunidades Autónomas, y la pérdida de
depósitos de ahorro por valor de 30.000 millones de euros, no deja de ser menos
grave la falta de respeto del propio presidente de la Generalitat hacía la
institución que dirige y hacia los intereses del propio pueblo catalán. Los
catalanes acabarán penalizando esta actitud y los independentistas seguirán el
mismo camino que sus correligionarios de Quebec en Canadá. Es una cuestión de
no mucho tiempo. Su división interna será aún mayor con la sentencia que
recaiga sobre los que en el momento actual están en la cárcel y el descrédito
de los exiliados, y su insolidaridad sobre los anteriores. Por suerte para los
catalanes la globalización económica ha impedido que su economía se caiga
drásticamente, pero acabará empeorando; y en ese momento, cuando la calle note
sus perversos efectos, el independentismo se disolverá como un azucarillo en
agua.
Para catalizar el
proceso anterior sería conveniente una acción conjunta y consistente de los
partidos constitucionalistas. No está ocurriendo así. Sorprende comprobar cómo
la única petición del PP y Cs es la puesta en marcha del 155 y la convocatoria
de elecciones. Como muy bien les ha recordado la ministra portavoz del Gobierno,
no se han dado las circunstancias para su aplicación hasta el momento. En
ningún momento ha existido un desacato formal de la Constitución. Pero si
existiese, el Gobierno ha dejado claro que no dudará en aplicar las medidas
constitucionales a su alcance, como es el artículo reseñado de la Constitución.
El PP siempre lo ha tenido claro: su posicionamiento político en Cataluña
siempre ha buscado una inversión electoral en el resto de España. Unos días
antes de celebrarse las elecciones de Cataluña de 2015 le pregunté a un alto
dirigente del Gobierno del PP que a qué se debía la apatía de su partido ante
ese proceso electoral, y su respuesta me dejó atónito. Me contestó que “sólo
les interesaba lo importante”, o sea las generales para conseguir el Gobierno
de España, por si no ha quedado claro. De aquellos polvos vienen estos lodos.
Cs va por el mismo camino. Cataluña les encumbró y les situó como alternativa
de Gobierno en un determinado momento, y Cataluña les puede quitar gran parte
de su aceptación popular si no rectifican. La instrumentalización de la bandera
española en la tribuna del Parlament esta última semana resultó patética. Una
vez más se piensa más en términos de partido que de interés general, y está
visto que todo vale. Podemos está fuera de juego, y la verdad es que, sin
querer, gana. Al menos no reclaman la celebración del referéndum esperpéntico
como hacían antaño. Maduran poco a poco.
Felipe González
nos ha recordado estos días que no cree en el diálogo en Cataluña porque los independentistas
están en otra cosa. Y muchos podemos estar de acuerdo con él, pero el Gobierno
tiene la obligación de tender la mano para buscar una salida en el marco
constitucional, y es lo que está haciendo. Como estamos viendo la respuesta del
independentismo catalán es la división, muy lejos de la acción conjunta y
cohesionada de todos ellos frente al Gobierno en la etapa anterior. La acción
gubernamental sería mucho más eficaz si
PP, Podemos, Cs y el PSOE estuvieran todos ellos de la mano, incluso para
aplicar el 155 si en su caso fuese necesario por causas tasadas objetivas y de
común acuerdo. Estamos a tiempo. Los españoles lo agradecerían.
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