La sentencia de
la Sección Segunda de la sala de lo Contencioso-Administrativo del Supremo por
el impuesto que se paga por las escrituras públicas de préstamos hipotecarios
ante el notario ha levantado un gran revuelo, con un doble sentimiento. Uno
primero de satisfacción entre los clientes ante el cambio de criterio sobre el
pago del tributo de “actos jurídicos documentados”, que hasta ahora recaía en ellos
y ahora lo pagarán los bancos. Y otro, después, de estupefacción, cuando al día
siguiente de dictar la sentencia firme el presidente de esta sala ordenó frenar
los recursos pendientes sobre esta cuestión y convocó el plenario de la sala,
formado por 31 magistrados, para estudiar la oportunidad del cambio de criterio
jurisprudencia ante “su gran repercusión económica y social”. Las consecuencias
no se han hecho esperar. Así, se ha dejado sin efecto todos los señalamientos
sobre los recursos relacionados con este impuesto, los notarios carecen de
criterio legal, el mercado inmobiliario se ha paralizado y el valor bursátil de
los bancos ha caído con fuerza al menos en las primeras horas. El desconcierto
generado en el Supremo tiene consecuencias sociales y económicas negativas que son
necesarias abordar y evitar lo antes posible.
El desconcierto
del Supremo en los tributos hipotecarios marca un antes y un después. La
crítica ciudadana y de los medios de comunicación no se han hecho esperar, y
con razones sobradas. El presidente de Sala podía haber sido más diligente y,
dada la transcendencia del tema, haber estado encima de la cuestión; y, en su
caso, haber avocado al pleno a la toma de la decisión para haber sentado
jurisprudencia consistentemente. No cabe duda de la fuerte repercusión
económica de la medida y de las expectativas creadas para muchas familias, que
han visto en esta medida una luz de esperanza en sus economías domésticas. Hay
que tener en cuenta que los afectados pueden ser del orden de 250.000 -de 1,5
millones, si se aplica con carácter retroactivo- y que una hipoteca media de
100.000 euros conlleva unos gastos en actos jurídicos documentados del orden de
2.800 euros. Otra cuestión a dilucidar es sobre la retroactividad de esta
medida -prescribe a los cuatro años-. La sentencia no lo aclara y la cuestión
no es baladí. De ello dependerá en un futuro la política hipotecaria de los
bancos. Si esta cuestión se cierra en falso los bancos acabarán trasladando, por
la vía del coste de hipotecas futuras, su sobrecoste. Algunos expertos ya los
valoran en un incremento de cinco puntos los préstamos hipotecarios, lo que sin
duda repercutirá en la demanda del sector inmobiliario y en el empleo del
sector.
La otra gran
cuestión es la seguridad jurídica que este proceso ha puesto en entredicho. A día
de hoy reina el caos. Lo que percibe la ciudadanía es la falta de un criterio
consistente en los tributos hipotecarios que ofrezca certeza y seguridad en las
transacciones inmobiliarias. Está tardando el presidente de la Sala de lo
Contencioso cuando se ha dado un plazo de 18 días para resolver la controversia.
Hay que tener en cuenta que la sentencia ya es firme. Todo indica que el
plenario va a revisar el criterio de pago de los bancos, garantizándolo a
partir de la fecha de la sentencia, pero no lo que no ha prescrito en los
últimos cuatro años. Algo parecido a lo que ocurrió con las cláusulas suelo de
las hipotecas. En ese caso el Tribunal de Justicia de la Unión Europea instó a las
entidades financieras a devolver lo cobrado desde el inicio. La historia se
puede repetir. Hay muchos despachos de abogados que ya se están frotando las
manos, dado que ocurra lo que ocurra el pleito está servido. E incluso algunos
de ellos ya han desplegado su campaña de marketing en los medios de
comunicación para captar clientes.
El impuesto de
actos jurídicos documentados es un tributo cedido por el Estado a las
Comunidades Autónomas. La avalancha de ciudadanos reclamando la devolución de
este impuesto no tardará en llegar. Un contencioso que puede alcanzar la cifra
de 4.000 millones de euros y podría llegar a crear grandes tensiones
financieras en las Comunidades, e incluso llegarse a producir un conflicto en
la exigencia de responsabilidad ante la Hacienda estatal. El desconcierto del
Supremo nos puede costar caro a todos. El perdón del presidente del Tribunal
Supremo por este caso se agradece, pero no es suficiente. Es el momento de
revisar y reformar su cultura de gestión y reforzar democráticamente sus
instituciones.
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