El Brexit ha
inquietado a todos los europeos, incluidos a los británicos que votaron a
favor, y creo también a su inductor, Mr. Cameron. La locura británica nos puede
pasar factura a todos, pero especialmente a ellos. Más allá de la caída de la
libra esterlina, el euro y la entrada en números rojos de las bolsas
internacionales, el problema puede devenir a medio plazo con el deterioro del
poder comercial de Europa y el mundo occidental frente a la economía asiática. Lo
que en términos reales se puede traducir en una pérdida de rentas y bienestar
ante una previsible caída de las transacciones comerciales y del PIB de los
países afectados por este proceso.
Esta crisis va a
poner de manifiesto el riesgo asociado al populismo en la acción de gobierno.
El presidente conservador ha pensado en todo este tiempo más en sus opciones
políticas que en los ciudadanos británicos. Con la convocatoria del referéndum
ha hecho guiños al ala más radical de su partido; ha echado un pulso a la Unión
Europea; y ha intentado apaciguar los ánimos del UKIP. Todo menos pensar en las
consecuencias para sus ciudadanos.
El primer loco en
la locura británica. Un primer ministro tiene que pastorear a sus ciudadanos y
prevenirles de la demagogia, la propaganda y los intereses a veces ancestrales
de quienes se resisten a mirar al futuro y admitir el progreso. Lo que no es
incompatible con el respeto democrático. Hoy Cameron ha dimitido, aunque no se
ha ido y tardará en irse. Un esperpento más de quien no ha sabido asumir las
responsabilidades y ha lanzado la moneda al aire sin hacerse cargo del estado
de ánimo y la responsabilidad colectiva de su país. Un mal dirigente. Los
problemas de Estado nunca son binarios y requieren decisiones ahornadas y
negociadas entre la partes. Todo lo contario de lo que ha hecho. Con el
referéndum escocés actuó de la misma manera. Tuvo suerte, sin más.
El Brexit abre una
crisis política, territorial y generacional en el Reino Unido. El partido
conservador hecho trizas y sin un futuro claro; los laboristas con un liderazgo
confuso y las bases confundidas, a pesar de contar con la opción de futuro más
sensata para recomponer el mapa; y el UKIP subiendo. Territorialmente la
división no puede ser mayor por el sentido de voto, a lo que se une el oportunismo
escocés que apostó por el Brimain para pedir un nuevo referéndum. Y
generacionalmente la juventud británica mira al futuro con sensatez y apuesta
por la apertura mayoritariamente, pero se encuentra con el tapón de sus mayores
conservadores que les intenta asfixiar.
En España casi
todos los españoles hemos visto este proceso con preocupación. No así los
partidos independentistas y el oportunismo del “viejo partido emergente” que
ven el proceso como un posible aliado para sus intereses y para las urnas. Los
mismos -Podemos, IU, Bildu- que hace unos días en el Parlamento Europeo se
aliaron para declarar el estatus de economía de mercado a China, lo que hubiese
supuesto de haber salido el dumping contra el comercio occidental y la pérdida
de 3,5 millones de puestos de trabajo en occidente, ahora evocan como defensa
del Brexit el respeto a las urnas como único argumento. Están perdidos, y como
comenta algún amigo mío “locos”. En algo se parecen a los británicos. Hasta en
sus continuas contradicciones. ¡Que no nos pase nada!