sábado, 4 de junio de 2016

Un voto para el cambio



Hace seis meses una gran parte de los españoles teníamos la esperanza de cambio de Gobierno  en nuestro país. El 20 de diciembre pasado las urnas no dieron la mayoría a nadie. Ni a la derecha, ni a la izquierda; ni a los que en ese momento se presentaban como transversales, ni a los independentistas. Lo que sí quedó era la voluntad de cambio de los españoles. Siete millones y medio optaron por la continuidad de Rajoy y la derecha frente a 18 millones de españoles que votaron por una opción diferente. Quedaba claro el mandato social de pacto y entendimiento. Correspondía a las fuerzas políticas llegar a acuerdos para garantizar la gobernabilidad de nuestro país. No ha sido posible, ante el malestar e incomprensión de una gran parte de la sociedad española.

La noche electoral marcó ya el posicionamiento táctico de los partidos extremos. La derecha, consciente de su imposibilidad de pactar con cualquier otra formación y de la dificultad de cristalizar pactos alternativos, optó por una actitud pasiva ante el proceso –la misma que ha presidido sus cuatro años de Gobierno- y apostó por una ‘segunda vuelta’. Sus ministros en funciones comenzaron la campaña a los 15 días. Los transversales, ante su asombro por el resultado electoral, esa misma noche volvieron a su origen comunista e iniciaron el camino al tan ansiado sorpasso apostando por una segunda vuelta. Para ello utilizaron el condicionante anticonstitucional del derecho a decidir de Cataluña. El concepto transversal, que si por algo se caracteriza es por la búsqueda de acuerdos entre diferentes, devenía así en una pantomima y artimaña electoral, una más, de las muchas que hemos podido observar en estos últimos seis meses en este grupo político.  

El PSOE apostó desde el principio por el cambio y por un acuerdo transversal que, con políticas diferentes a las que había venido practicando la derecha, diese respuesta a los grandes problemas del país, pero no a cualquier precio. No se puede poner en tela de juicio la unidad de España, ni empobrecer a las clases medias y bajas con políticas económicas y fiscales que sólo tienen consistencia virtual, o abrazar los valores que oprimen a otros pueblos con la pobreza, la ausencia de libertad y tiranía del líder. No se trataba de que Pedro Sánchez fuese presidente, sino de garantizar la gobernabilidad del país. Si Sánchez hubiese sido un desaprensivo, hubiese sido presidente; pero, eso sí, poniendo a todos los españoles bajo los pies de los independentistas. 

Los que estamos en la política de verdad y no en la atalaya mediática y populista para la búsqueda de los sillones del poder, constatamos día a día el problema de muchas familias españolas, la ausencia de renta y trabajo, la prolongación de largas jornadas de trabajo de muchos jóvenes con salarios de miseria; la falta de expectativas y el deterioro más que notable del Estado del Bienestar en España. Y nos indignamos con la corrupción y utilización instrumental que hacen de la política muchos viejos y nuevos políticos.

Hoy España no necesita los dos extremos. Ése que hemos conocido bien estos últimos cuatro años y medio, que aboga por la política del miedo, el inmovilismo y la mentira como instrumento de acción política; ni el otro que alimenta la intransigencia, el rencor, el ansia de poder y el egocentrismo. Una inmadurez propia de quienes no conocen la realidad social de nuestro país. Estos extremos reflejan la quiebra social que en el momento actual vive nuestro país. Y que poco contribuye a resolver nuestros problemas y apostar por la convivencia. 

España, más que nunca, necesita un cambio. Un cambio que permita buscar el equilibrio social y hacer converger en el centro izquierda en armonía el radicalismo de la derecha y de la izquierda radical y utópica; un cambio que nos permita entrar en un nuevo tiempo político de pactos dada la actual estructura social y política de nuestro país; un cambio que garantice una gobernanza sólida para dar respuesta a los grandes retos de nuestro país: la desigualdad, el empleo de calidad, la modernización del sistema productivo, el Estado del Bienestar, la crisis territorial y la regeneración democrática.

Ese cambio tranquilo y realista sólo lo garantiza el protagonismo decisivo del PSOE. Único partido mayoritario y con experiencia de gobierno que puede desplegar una política transversal con las diferentes fuerzas políticas buscando el entendimiento y el acuerdo, con capacidad de liderazgo y equilibrando la posición en un gobierno de sus diversos actores. En definitiva, gobernado para los españoles y no para la opción que representa cada partido. Ni para conseguir poder ni sillones. 

De ahí la importancia de que los segovianos y españoles vayan a votar el 26 de junio. Que nadie decida por ellos. Que entre todos contribuyamos con realismo a dar respuesta a los grandes retos que tiene la sociedad española. El 26J el voto de cada español es decisivo para el cambio y el progreso de nuestro país. No lo desperdiciemos y contribuyamos con él a crear convivencia y al futuro para los españoles.  
       
   

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