Hace seis meses una
gran parte de los españoles teníamos la esperanza de cambio de Gobierno en nuestro país. El 20 de diciembre pasado
las urnas no dieron la mayoría a nadie. Ni a la derecha, ni a la izquierda; ni
a los que en ese momento se presentaban como transversales, ni a los
independentistas. Lo que sí quedó era la voluntad de cambio de los españoles.
Siete millones y medio optaron por la continuidad de Rajoy y la derecha frente
a 18 millones de españoles que votaron por una opción diferente. Quedaba claro el mandato social de pacto y
entendimiento. Correspondía a las fuerzas políticas llegar a acuerdos para
garantizar la gobernabilidad de nuestro país. No ha sido posible, ante el
malestar e incomprensión de una gran parte de la sociedad española.
La noche electoral marcó
ya el posicionamiento táctico de los partidos extremos. La derecha, consciente
de su imposibilidad de pactar con cualquier otra formación y de la dificultad
de cristalizar pactos alternativos, optó por una actitud pasiva ante el proceso
–la misma que ha presidido sus cuatro años de Gobierno- y apostó por una ‘segunda
vuelta’. Sus ministros en funciones comenzaron la campaña a los 15 días. Los
transversales, ante su asombro por el resultado electoral, esa misma noche
volvieron a su origen comunista e iniciaron el camino al tan ansiado sorpasso apostando por una segunda
vuelta. Para ello utilizaron el condicionante anticonstitucional del derecho a decidir de Cataluña. El
concepto transversal, que si por algo se caracteriza es por la búsqueda de
acuerdos entre diferentes, devenía así en una pantomima y artimaña electoral,
una más, de las muchas que hemos podido observar en estos últimos seis meses en
este grupo político.
El PSOE apostó
desde el principio por el cambio y por un acuerdo transversal que, con
políticas diferentes a las que había venido practicando la derecha, diese
respuesta a los grandes problemas del país, pero no a cualquier precio. No se
puede poner en tela de juicio la unidad de España, ni empobrecer a las clases
medias y bajas con políticas económicas y fiscales que sólo tienen consistencia
virtual, o abrazar los valores que oprimen a otros pueblos con la pobreza, la
ausencia de libertad y tiranía del líder. No se trataba de que Pedro Sánchez
fuese presidente, sino de garantizar la gobernabilidad del país. Si Sánchez
hubiese sido un desaprensivo, hubiese sido presidente; pero, eso sí, poniendo a
todos los españoles bajo los pies de los independentistas.
Los que estamos en
la política de verdad y no en la atalaya mediática y populista para la búsqueda
de los sillones del poder, constatamos día a día el problema de muchas familias
españolas, la ausencia de renta y trabajo, la prolongación de largas jornadas
de trabajo de muchos jóvenes con salarios de miseria; la falta de expectativas
y el deterioro más que notable del Estado del Bienestar en España. Y nos
indignamos con la corrupción y utilización instrumental que hacen de la
política muchos viejos y nuevos políticos.
Hoy España no
necesita los dos extremos. Ése que hemos conocido bien estos últimos cuatro
años y medio, que aboga por la política del miedo, el inmovilismo y la mentira
como instrumento de acción política; ni el otro que alimenta la intransigencia,
el rencor, el ansia de poder y el egocentrismo. Una inmadurez propia de quienes
no conocen la realidad social de nuestro país. Estos extremos reflejan la
quiebra social que en el momento actual vive nuestro país. Y que poco
contribuye a resolver nuestros problemas y apostar por la convivencia.
España, más que
nunca, necesita un cambio. Un cambio que permita buscar el equilibrio social y
hacer converger en el centro izquierda en armonía el radicalismo de la derecha
y de la izquierda radical y utópica; un cambio que nos permita entrar en un
nuevo tiempo político de pactos dada la actual estructura social
y política de nuestro país; un cambio que garantice una gobernanza sólida para
dar respuesta a los grandes retos de nuestro país: la desigualdad, el empleo de
calidad, la modernización del sistema productivo, el Estado del Bienestar, la
crisis territorial y la regeneración democrática.
Ese cambio
tranquilo y realista sólo lo garantiza el protagonismo decisivo del PSOE. Único
partido mayoritario y con experiencia de gobierno que puede desplegar una
política transversal con las diferentes fuerzas políticas buscando el
entendimiento y el acuerdo, con capacidad de liderazgo y equilibrando la
posición en un gobierno de sus diversos actores. En definitiva, gobernado para
los españoles y no para la opción que representa cada partido. Ni para
conseguir poder ni sillones.
De ahí la
importancia de que los segovianos y españoles vayan a votar el 26 de junio. Que
nadie decida por ellos. Que entre todos contribuyamos con realismo a dar
respuesta a los grandes retos que tiene la sociedad española. El 26J el voto de
cada español es decisivo para el cambio y el progreso de nuestro país. No lo
desperdiciemos y contribuyamos con él a crear convivencia y al futuro para los
españoles.
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