domingo, 30 de abril de 2017

El ejemplo francés



La primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas ha puesto de manifiesto que el pueblo francés tiene claro lo que quiere, y lo que no quiere. En la segunda vuelta, con toda seguridad, Emmanuel Macron será el próximo presidente de Francia. Los franceses darán la espalda, una vez más, al radicalismo de derechas y optarán por la opción que consideran mejor defiende en estos momentos, en el contexto nacional e internacional, los intereses de sus ciudadanos.

La peculiaridad de este proceso electoral es que se han hundido los candidatos de los dos partidos mayoritarios. Fillon, el candidato republicano, ha sufrido en un tiempo récord el desprecio de los franceses ante la constatada sospecha de una utilización inapropiada de fondos públicos en favor de su familia. Era el candidato favorito y a priori el que la mayoría de los franceses entendían  que podía dar mejor respuesta a sus problemas. Sin embargo, no le han perdonado su actitud corrupta, como ocurre en España. En primer lugar, porque el sistema presidencial es de elección directa. Y en segundo lugar porque había otras opciones alternativas que daban respuesta a las expectativas de los franceses. En nuestro país Rajoy nunca hubiese sido elegido con el sistema electoral francés.

El candidato del Partido Socialista francés (PSF), Benoît Hamon, con un 6,2 por ciento de los votos no ha pasado a la segunda vuelta. Era de prever. Hizo una campaña radical y populista, más preocupado por frenar al podemita francés, el Sr. Melinchon, que por el desarrollo un programa de gobierno socialdemócrata realista, capaz de dar respuesta a los grandes retos que tiene Francia para crear riqueza y redistribuirla. Ha ocurrido lo que era de esperar: cuando la socialdemocracia juega en el terreno del populismo acaba siendo barrida. Los referentes del PSF, como Valls -y no precisamente amigo-, que concurrió con Hamon a las primarias, Ségolène Royal, el mismo presidente de la República, y otros muchos socialistas franceses han manifestado su apoyo a Macron frente a Benoît. Lo cierto es que el PSF puede haber firmado su sentencia de muerte si el futuro presidente de corte liberal en lo económico y progresista en lo social es capaz de encontrar el camino e impulsar su nuevo partido En Marche! en el espacio socialdemócrata. Él fue ministro de economía con Hollande.

Lo que ha pasado en Francia con el partido socialista se puede reproducir en España, al igual que está ocurriendo con otros partidos socialdemócratas en Europa. Es el caso del PASOK en Grecia o del seguro descalabro del Partido Laborista en Gran Bretaña. Todos ellos han optado por renunciar a ser partido de gobierno, deformar la realidad para adaptarla a su ideología, en lugar de mantener las señas fundamentales de su proyecto político e intentar buscar lo menos malo en el contexto actual, y disputar la esencia de la izquierda a los partidos de corte comunista que desde el pasado siglo vienen manifestando su odio atroz a la socialdemocracia, y sólo les interesa la caída del sistema para viajar no se sabe dónde. Quizás para seguir la senda de gobiernos como el venezolano. Lo cierto es que en la primera vuelta de las elecciones francesas, el candidato de la ortodoxia socialista francesa, el Sr. Benoît, ha sacado el nivel equivalente de votos que sacó Hollande en las primarias de las últimas elecciones presidenciales. Sólo le han votado los de carnet, y los simpatizantes muy afines. Así es difícil gobernar y avanzar hacia los objetivos socialdemócratas: crear riqueza y distribuirla. ¡Que lo hagan otros!, que diría Unamuno.  

De los errores propios y de los amigos conviene aprender. La izquierda atraviesa un momento difícil en toda Europa y también en España. El PSOE es un partido clave para garantizar la gobernabilidad de nuestro país. Más ante la difícil situación política y económica que estamos atravesando. Es una lástima que algunos sigan jugando a su política de poder personal frente al desarrollo de política y políticas socialdemócratas para dar respuesta a los problemas del país, poniendo en riesgo incluso el futuro del partido que más bienestar ha traído a nuestro país en la etapa democrática. El PSOE prometió no bloquear el país y las instituciones, y así lo hizo por sentido de Estado.

No nos gusta Rajoy ni la forma de entender la política del PP, y mucho menos el saqueo del Estado, pero con el sistema político español y en el actual contexto político en el que ningún partido tiene mayoría suficiente para conseguir un apoyo de gobierno, sólo queda la “política”. Y la política democrática es ante todo diálogo y buscar la mejor solución dentro de las posibilidades reales. Si los socialistas españoles no hubiésemos desbloqueado el verano pasado la situación política del país, a día de hoy seguiríamos sin Gobierno, después de dos años, o en caso de haber puesto en marcha el "reloj democrático" tras las segundas elecciones y haber ido a unas terceras, ¿alguien dudaría de la mayoría absoluta de Rajoy o su cuasi mayoría, y del hundimiento del PSOE y del resto de partidos que se definen de izquierda? Con la que está cayendo, el PP en España no sólo no baja, sino que sube en votos. Es increíble, pero es así. Los españoles dan prioridad al empleo y al futuro de sus hijos. Se mueven por la teoría de las expectativas. Y estas no las encuentran en partidos en los que algunos quieren anteponen sus prioridades internas e incluso personales a las del país, y están ajenos a la realidad económica y social en la que se mueve en el mundo, cuando sólo les preocupa mantener la pureza de su ortodoxia ideológica.

El ejemplo francés nos debiera hacer reflexionar. De lo contrario, nos podemos encontrar con muchos años de gobierno de derechas y una socialdemocracia testimonial sin capacidad de influencia y transformación social. De los sueños no se vive. Y de los recuerdos tampoco. Sólo afrontando la realidad se puede triunfar. Llevar el paso cambiado tiene sus riesgos de incomprensión, trabajemos para que eso no ocurra.
    



domingo, 23 de abril de 2017

Convulsión democrática



La corrupción ha vuelto, una vez más, a la agenda política de la mano del PP. Una vergüenza e indignación para el Estado Democrático de derecho, pero también para todos aquellos que dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo a la vida pública para, desde un ideal, contribuir a la mejora del bienestar social. Es una acción que contribuye a la pérdida de credibilidad y deslegitimación de la política y los políticos, y al hartazgo de la ciudadanía.

El 'Clan González' es abyecto y genera repugnancia a cualquier demócrata. El vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, aprovechó su posición institucional para financiar a su partido y enriquecerse personalmente, según pone de manifiesto presuntamente la investigación llevada al efecto por la Unidad Central Operativa (OCU) de la Guardia Civil. Ignacio González sumó a la trama de enriquecimiento a toda la familia. Están él, su hermano, su cuñado y todo indica que hay indicios de la colaboración de su mujer. Ha quedado claro que para ellos la política no es una acción de servicio público, sino un negocio familiar. Esperemos que su nonagenario padre, al que es común verle en el comedor del Senado repartiendo doctrina a los senadores populares, no pase del arresto domiciliario al que está sometido. Dos hijas, según la prensa, tienen algún tema oscuro en la gestión de la vivienda pública. La realidad a veces supera la ficción.

Los casos de corrupción en la política española nos han enseñado que en la financiación irregular de los partidos políticos aquellos que hacen de emisarios acaban utilizando las siglas de su partido para financiarse a sí mismos y enriquecerse. Ha ocurrido con Naseiro, Roldán, Bárcenas, Francisco Granados e Ignacio González, por citar algunos nombres. Lo patético en este último caso es que los dos vicepresidentes de una institución como la Comunidad de Madrid en la última etapa de gobierno del PP estén en la cárcel. Está claro que se puso la institución al servicio de intereses espurios por encima de los ciudadanos, y que en esa acción hay una responsabilidad política de la que fue su presidenta, Esperanza Aguirre. Una persona que por higiene democrática se debe ir de la vida pública, si no acaba antes en otro sitio por decisión judicial. No se puede concebir que no fuese conocedora de los hechos acaecidos estando al frente del PP en Madrid.

La corrupción se manifiesta como un hecho sistémico en el PP. Son ya demasiados casos para pensar que los corruptos van por libre, a pesar de lo que nos quiere contar Cospedal. Cuando un partido tiene la voluntad de cortar y apartar a todo aquel que no sigue un código ético lo puede hacer. Filesa y el caso Roldán marcaron un antes y un después en el PSOE. El seguimiento patrimonial, el compromiso ético y el control de actuaciones que supongan una desviación de las normas establecidas han hecho más difícil que emerjan casos de corrupción. No es el caso del PP. Los casos Naseiro, Zamora y otros de los años 80 y 90 se resolvieron con argucias judiciales bajo la dirección del señor Trillo. Con posterioridad han surgido casos como Gürtel y estos de la Comunidad de Madrid. El PP se ha puesto de perfil y sus presidentes también. Ellos eran conscientes de la financiación de su partido. Todos veíamos cómo, mientras los demás hacíamos campañas electorales al límite, ellos nadaban en la abundancia y nos triplicaban en gasto -aquí en Segovia también. Merino tuvo que dimitir-. Aznar y Rajoy debían ser conscientes de que quienes recaudan para el partido acaba recaudando para ellos. Pero les daba igual. Han sido y son tolerantes con la corrupción. Por esa razón Ignacio González ya ha dicho que no se va a comer sólo ese marrón, y Granados desde la cárcel ha recordado que no estaba sólo en sus cuitas.

Lo que es sorprendente es la reacción ciudadana en las urnas. Hoy vuelve a salir a escena la corrupción, pero no es un tema nuevo en el caso del PP. Es un "déjà-vu". Da igual. Los españoles han hecho oídos sordos en las urnas y han votado mayoritariamente al PP, a pesar de lo que había llovido sobre el tema en los últimos cuatros años. Lo que pone de manifiesto que a una mayoría de los españoles les preocupa más la estabilidad política y el crecimiento económico que la corrupción a la vista de los resultados. Sólo cuando la acción política se estabilice, y en especial la izquierda se vea como una opción alternativa de gobierno en política económica, los españoles reaccionarán y castigarán lo que es inasumible para cualquier democrática, la corrupción. De ahí que resulte incomprensible, con la que está cayendo, que el Gobierno dificulte la investigación del ministerio Fiscal, aparte a los fiscales que no siguen sus consignas, o incluso piense en la necesidad de que la fiscalía instruya en los procesos judiciales. Desde el Parlamento la izquierda lo va a impedir. El PP y la derecha han de ser conscientes de que no pueden llevar a la ciudadanía a la convulsión democrática.


miércoles, 19 de abril de 2017

Presupuestos inconsistentes



Los Presupuestos Generales del Estado para 2017 presentados por el Gobierno apuestan por la autocomplacencia y el continuismo. No es la primera vez que el ministro de Hacienda hace cábalas y proyecta su imaginación en la ingeniería financiera. Son unos presupuestos que renuncian a corregir la enorme brecha de desigualdad como consecuencia de la crisis y que no apuestan por sentar las bases de una economía de futuro que nos permita crear empleo de calidad y mejorar la productividad del sistema productivo. Son antisociales y cicateros en inversión. Son unos presupuestos de transición y cuya vigencia, en el mejor de los casos, se extenderá a los seis últimos meses del año.

El cuadro macroeconómico que ha servido de base para su elaboración establece un compromiso con los objetivos de estabilidad exigidos por la UE. Sitúa el déficit público en el 3,1 por ciento y el techo de gasto en 5.000 millones menos que en 2016. Las ventajas macroeconómicas que aporta a nuestra economía la zona euro y los efectos negativos de una disolución anticipada de las Cortes fue lo que forzó un apoyo mayoritario directo o indirecto de gran parte de los grupos de oposición. Se dio así una carga de confianza al Gobierno que veremos si se materializa mayoritariamente en la tramitación parlamentaria.

Los presupuestos pintan un ajuste del déficit que plantea no pocas dudas. A pesar de que la economía crecerá previsiblemente menos que en 2016, se aumentan los ingresos tributarios con respecto al ejercicio anterior el triple. Un error que repite el Gobierno popular y que ya nos llevó en 2012 al rescate. El Gobierno confía en que se recaude más por IRPF, IVA e Impuesto de Sociedades. Si las cuentas públicas se hubiesen confeccionado sobre base realistas tendría que aplicar nuevos recortes de gasto.

Las inversiones previstas para 2017 conllevan un recorte del 21,2 por ciento. A nivel territorial, los proyectos de inversión se reducen a la mínima expresión y se prolongan en el tiempo las inversiones ya iniciadas -es el caso del desdoblamiento de la SG-20 y del Palacio de Justicia en Segovia-. Lo que no impide en el nivel político falsear su contenido y presentar lo que no hay. Así hemos conocido que el presupuesto de inversiones reales en Segovia, según el PP, asciende a 46 millones de euros, cuando las cuentas acreditan 38,2. 

La inflación sigue por encima de la subida de salarios y de las pensiones -subirán el 0,25 por ciento- por lo que tendrá un efecto contractivo sobre el consumo y el empleo. El gasto social se comprime con respecto al PIB. Baja casi dos puntos. Una vez más se olvida a quien ha hecho posible la recuperación.

Son unos presupuestos inconsistentes que falsean las cuentas públicas. Con ellos su promotor busca salir de un escenario político endiablado que pudiera llevar a unas nuevas elecciones de resultado incierto. Difícil lo tiene el Gobierno; pero también la oposición de verdad, la que crea y no destruye. 








domingo, 16 de abril de 2017

Del paro al ocio



A mediados de los 80 tuve la oportunidad de leer un ensayo del polémico Luis Racionero titulado ‘Del paro al ocio’. El texto está escrito en el contexto de la crisis de los 80, en la que el trabajo escaseaba y muchos de los que en aquel momento ansiábamos incorporarnos al mercado laboral veíamos un futuro incierto. Racionero mantiene la tesis de que el ocio ha sido el referente de nuestras vidas, una vez cubiertas las necesidades básicas. Considera que la Revolución Industrial aparcó esta necesidad vital y apostó por un exceso de producción que nos ha complicado la existencia con tal de tener. Y hemos perdido con ello el sentido de la vida. Para dar respuesta al problema del empleo que se planteaba en esa década -de una magnitud equivalente a la situación actual-, apuesta por reducciones continuas de la jornada laboral. En definitiva, trabajar menos para trabajar todos. Una idea que vuelve a estar vigente ante el creciente problema del empleo no sólo en España, sino en una gran parte del planeta.

La tesis expuesta en aquel momento no dejaba de ser original. Algunos la vimos con agrado ante la sustitución progresiva de mano de obra por capital que en ese momento estaba ya generando el progresivo maquinismo. La década de los 80 supuso para España un importante avance en la apertura de nuestras fronteras comerciales. Hacía tiempo que habíamos salido de la autarquía y los mercados externos poco a poco invadían nuestra sociedad de consumo. Pero esta década supuso el cambio de las reglas del juego no solo comerciales, sino también laborales, y la entrada en la Comunidad Económica Europea. Sufríamos el problema del empleo como nadie en Europa, y nuestra cartera de producción se fundamentaba en productos muy poco especializados e intensivos en mano de obra con baja competitividad. En la década de los años diez de este siglo el modelo productivo español ha variado muy poco.

La globalización creciente de la economía mundial ha incidido sobre el empleo y la especialización de la producción. La deslocalización de empresas del mundo occidental hacia las zonas más deprimidas ha fomentado la temporalidad en el empleo y su pérdida de calidad en aquellos países que la están sufriendo. Sólo las economías que han sido capaces de alcanzar una alta especialización se han librado en menor grado de la precariedad en el empleo y del desempleo masivo. Los jóvenes y mayores de 45 años son los que más están sufriendo las consecuencias. Un problema estructural que amenaza con convertirse en crónico. Más cuando la pérdida de población en los países con alto nivel de desarrollo se ve compensada con creces por su incremento en los países más desfavorecidos.

El problema estructural del empleo pone en jaque al sistema capitalista. El bienestar y la sociedad de consumo se fundamentan en el empleo de calidad. Cuando éste falla se derrumban sus pilares. Bien es cierto que Europa ha venido suavizando su ausencia con el denominado Estado del Bienestar, mediante sistemas de redistribución de renta que a su vez se sustentan en el empleo. Un modelo que está dando muestras de debilidad como consecuencia del deterioro progresivo de empleo del empleo y la ausencia del mismo. Y nos está llevando a una sociedad dual: una de personas que viven bien y otras, mal.

La cuestión es cómo abordar este problema de carácter geopolítico que supera ampliamente las fronteras de los estados y entra en contradicción entre los intereses de los diferentes países. No es fácil. Las reglas de la economía globalizada no entienden de sufrimiento ni de sensibilidad social. Sólo intentan optimizar los indicadores económicos con diferentes percepciones y directrices de actuación, según la orientación política de cada país y su visión en política económica. Pero el problema es global. La historia nos ha demostrado la hegemonía del actual sistema económico, a pesar de sus muchas contradicciones. Ha dado más de lo que ha quitado. La cuestión es cómo armonizarlo y adaptarlo a los nuevos tiempos en los que la generación de riqueza no gira ya sólo en torno al trabajo.

Combatir los desequilibrios en el empleo requiere acuerdos entre las grandes áreas económicas para evitar la generación de competencias desleales que favorezcan la posición de unos frente a otros. A la vez que se establezcan medidas que puedan protegerles de agresiones externas de otras áreas, y normas que contribuyan a la gobernanza de los mercados y eviten la sobrecarga de la presión fiscal del factor trabajo frente a otros factores. Requiere tiempo, y el problema no admite demora porque crece día a día. Los gobiernos que puedan y quieran deben pensar no sólo en cambiar su modelo económico, sino en buscar fórmulas que permitan el reparto del trabajo de forma eficaz para contribuir a la cohesión social y a esa gran meta que siempre tuvo la humanidad, liberar del trabajo a los seres humanos para que puedan pasar del paro al ocio.

No estamos en la década de los 80. La globalización ha producido una gran transformación en el sistema económico y ha agravado el problema del empleo al menos en los países desarrollados. Pasar del paro al ocio es una gran idea que hemos de hacerla realidad de forma progresiva. Sólo así mejoraremos y estabilizaremos la sociedad de este siglo creando futuro para todos y avanzando hacia ese gran ideal utópico que es la "igualdad".