La primera vuelta
de las elecciones presidenciales francesas ha puesto de manifiesto que el
pueblo francés tiene claro lo que quiere, y lo que no quiere. En la segunda
vuelta, con toda seguridad, Emmanuel Macron será el próximo presidente de
Francia. Los franceses darán la espalda, una vez más, al radicalismo de
derechas y optarán por la opción que consideran mejor defiende en estos
momentos, en el contexto nacional e internacional, los intereses de sus
ciudadanos.
La peculiaridad
de este proceso electoral es que se han hundido los candidatos de los dos
partidos mayoritarios. Fillon, el candidato republicano, ha sufrido en un
tiempo récord el desprecio de los franceses ante la constatada sospecha de una
utilización inapropiada de fondos públicos en favor de su familia. Era el
candidato favorito y a priori el que la mayoría de los franceses entendían que podía dar mejor respuesta a sus
problemas. Sin embargo, no le han perdonado su actitud corrupta, como ocurre en
España. En primer lugar, porque el sistema presidencial es de elección directa.
Y en segundo lugar porque había otras opciones alternativas que daban respuesta
a las expectativas de los franceses. En nuestro país Rajoy nunca hubiese sido
elegido con el sistema electoral francés.
El candidato del
Partido Socialista francés (PSF), Benoît Hamon, con un 6,2 por ciento de los
votos no ha pasado a la segunda vuelta. Era de prever. Hizo una campaña radical
y populista, más preocupado por frenar al podemita francés, el Sr. Melinchon,
que por el desarrollo un programa de gobierno socialdemócrata realista, capaz
de dar respuesta a los grandes retos que tiene Francia para crear riqueza y
redistribuirla. Ha ocurrido lo que era de esperar: cuando la socialdemocracia
juega en el terreno del populismo acaba siendo barrida. Los referentes del PSF,
como Valls -y no precisamente amigo-, que concurrió con Hamon a las primarias,
Ségolène Royal, el mismo presidente de la República, y otros muchos socialistas
franceses han manifestado su apoyo a Macron frente a Benoît. Lo cierto es que
el PSF puede haber firmado su sentencia de muerte si el futuro presidente de
corte liberal en lo económico y progresista en lo social es capaz de encontrar
el camino e impulsar su nuevo partido En Marche! en el espacio socialdemócrata.
Él fue ministro de economía con Hollande.
Lo que ha pasado
en Francia con el partido socialista se puede reproducir en España, al igual
que está ocurriendo con otros partidos socialdemócratas en Europa. Es el caso
del PASOK en Grecia o del seguro descalabro del Partido Laborista en Gran
Bretaña. Todos ellos han optado por renunciar a ser partido de gobierno,
deformar la realidad para adaptarla a su ideología, en lugar de mantener las
señas fundamentales de su proyecto político e intentar buscar lo menos malo en
el contexto actual, y disputar la esencia de la izquierda a los partidos de
corte comunista que desde el pasado siglo vienen manifestando su odio atroz a
la socialdemocracia, y sólo les interesa la caída del sistema para viajar no se
sabe dónde. Quizás para seguir la senda de gobiernos como el venezolano. Lo
cierto es que en la primera vuelta de las elecciones francesas, el candidato de
la ortodoxia socialista francesa, el Sr. Benoît, ha sacado el nivel equivalente
de votos que sacó Hollande en las primarias de las últimas elecciones
presidenciales. Sólo le han votado los de carnet, y los simpatizantes muy
afines. Así es difícil gobernar y avanzar hacia los objetivos socialdemócratas:
crear riqueza y distribuirla. ¡Que lo hagan otros!, que diría Unamuno.
De los errores
propios y de los amigos conviene aprender. La izquierda atraviesa un momento
difícil en toda Europa y también en España. El PSOE es un partido clave para
garantizar la gobernabilidad de nuestro país. Más ante la difícil situación
política y económica que estamos atravesando. Es una lástima que algunos sigan
jugando a su política de poder personal frente al desarrollo de política y
políticas socialdemócratas para dar respuesta a los problemas del país, poniendo
en riesgo incluso el futuro del partido que más bienestar ha traído a nuestro
país en la etapa democrática. El PSOE prometió no bloquear el país y las
instituciones, y así lo hizo por sentido de Estado.
No nos gusta
Rajoy ni la forma de entender la política del PP, y mucho menos el saqueo del
Estado, pero con el sistema político español y en el actual contexto político
en el que ningún partido tiene mayoría suficiente para conseguir un apoyo de
gobierno, sólo queda la “política”. Y la política democrática es ante todo
diálogo y buscar la mejor solución dentro de las posibilidades reales. Si los
socialistas españoles no hubiésemos desbloqueado el verano pasado la situación
política del país, a día de hoy seguiríamos sin Gobierno, después de dos años,
o en caso de haber puesto en marcha el "reloj democrático" tras las
segundas elecciones y haber ido a unas terceras, ¿alguien dudaría de la mayoría
absoluta de Rajoy o su cuasi mayoría, y del hundimiento del PSOE y del resto de
partidos que se definen de izquierda? Con la que está cayendo, el PP en España
no sólo no baja, sino que sube en votos. Es increíble, pero es así. Los
españoles dan prioridad al empleo y al futuro de sus hijos. Se mueven por la
teoría de las expectativas. Y estas no las encuentran en partidos en los que
algunos quieren anteponen sus prioridades internas e incluso personales a las
del país, y están ajenos a la realidad económica y social en la que se mueve en
el mundo, cuando sólo les preocupa mantener la pureza de su ortodoxia
ideológica.
El ejemplo
francés nos debiera hacer reflexionar. De lo contrario, nos podemos encontrar
con muchos años de gobierno de derechas y una socialdemocracia testimonial sin
capacidad de influencia y transformación social. De los sueños no se vive. Y de
los recuerdos tampoco. Sólo afrontando la realidad se puede triunfar. Llevar el
paso cambiado tiene sus riesgos de incomprensión, trabajemos para que eso no
ocurra.
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