La corrupción ha
vuelto, una vez más, a la agenda política de la mano del PP. Una vergüenza e
indignación para el Estado Democrático de derecho, pero también para todos aquellos
que dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo a la vida pública para, desde un ideal,
contribuir a la mejora del bienestar social. Es una acción que contribuye a la
pérdida de credibilidad y deslegitimación de la política y los políticos, y al
hartazgo de la ciudadanía.
El 'Clan
González' es abyecto y genera repugnancia a cualquier demócrata. El
vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, aprovechó su
posición institucional para financiar a su partido y enriquecerse
personalmente, según pone de manifiesto presuntamente la investigación llevada
al efecto por la Unidad Central Operativa (OCU) de la Guardia Civil. Ignacio
González sumó a la trama de enriquecimiento a toda la familia. Están él, su
hermano, su cuñado y todo indica que hay indicios de la colaboración de su
mujer. Ha quedado claro que para ellos la política no es una acción de servicio
público, sino un negocio familiar. Esperemos que su nonagenario padre, al que
es común verle en el comedor del Senado repartiendo doctrina a los senadores
populares, no pase del arresto domiciliario al que está sometido. Dos hijas,
según la prensa, tienen algún tema oscuro en la gestión de la vivienda pública.
La realidad a veces supera la ficción.
Los casos de
corrupción en la política española nos han enseñado que en la financiación
irregular de los partidos políticos aquellos que hacen de emisarios acaban
utilizando las siglas de su partido para financiarse a sí mismos y
enriquecerse. Ha ocurrido con Naseiro, Roldán, Bárcenas, Francisco Granados e
Ignacio González, por citar algunos nombres. Lo patético en este último caso es
que los dos vicepresidentes de una institución como la Comunidad de Madrid en la
última etapa de gobierno del PP estén en la cárcel. Está claro que se puso la
institución al servicio de intereses espurios por encima de los ciudadanos, y
que en esa acción hay una responsabilidad política de la que fue su
presidenta, Esperanza Aguirre. Una persona que por higiene democrática se debe
ir de la vida pública, si no acaba antes en otro sitio por decisión judicial.
No se puede concebir que no fuese conocedora de los hechos acaecidos estando al
frente del PP en Madrid.
La corrupción se
manifiesta como un hecho sistémico en el PP. Son ya demasiados casos para
pensar que los corruptos van por libre, a pesar de lo que nos quiere contar
Cospedal. Cuando un partido tiene la voluntad de cortar y apartar a todo aquel
que no sigue un código ético lo puede hacer. Filesa y el caso Roldán marcaron
un antes y un después en el PSOE. El seguimiento patrimonial, el compromiso
ético y el control de actuaciones que supongan una desviación de las normas
establecidas han hecho más difícil que emerjan casos de corrupción. No es el
caso del PP. Los casos Naseiro, Zamora y otros de los años 80 y 90 se
resolvieron con argucias judiciales bajo la dirección del señor Trillo. Con posterioridad
han surgido casos como Gürtel y estos de la Comunidad de Madrid. El PP se ha
puesto de perfil y sus presidentes también. Ellos eran conscientes de la
financiación de su partido. Todos veíamos cómo, mientras los demás hacíamos
campañas electorales al límite, ellos nadaban en la abundancia y nos
triplicaban en gasto -aquí en Segovia también. Merino tuvo que dimitir-. Aznar
y Rajoy debían ser conscientes de que quienes recaudan para el partido acaba recaudando
para ellos. Pero les daba igual. Han sido y son tolerantes con la corrupción. Por
esa razón Ignacio González ya ha dicho que no se va a comer sólo ese marrón, y
Granados desde la cárcel ha recordado que no estaba sólo en sus cuitas.
Lo que es
sorprendente es la reacción ciudadana en las urnas. Hoy vuelve a salir a escena
la corrupción, pero no es un tema nuevo en el caso del PP. Es un
"déjà-vu". Da igual. Los españoles han hecho oídos sordos en las
urnas y han votado mayoritariamente al PP, a pesar de lo que había llovido
sobre el tema en los últimos cuatros años. Lo que pone de
manifiesto que a una mayoría de los españoles les preocupa más la estabilidad
política y el crecimiento económico que la corrupción a la vista de los
resultados. Sólo cuando la acción política se estabilice, y en especial la
izquierda se vea como una opción alternativa de gobierno en política económica,
los españoles reaccionarán y castigarán lo que es inasumible para cualquier
democrática, la corrupción. De ahí que resulte incomprensible, con la que está
cayendo, que el Gobierno dificulte la investigación del ministerio Fiscal,
aparte a los fiscales que no siguen sus consignas, o incluso piense en la
necesidad de que la fiscalía instruya en los procesos judiciales. Desde el
Parlamento la izquierda lo va a impedir. El PP y la derecha han de ser
conscientes de que no pueden llevar a la ciudadanía a la convulsión
democrática.
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