A mediados de los
80 tuve la oportunidad de leer un ensayo del polémico Luis Racionero titulado ‘Del
paro al ocio’. El texto está escrito en el contexto de la crisis de los 80, en
la que el trabajo escaseaba y muchos de los que en aquel momento ansiábamos
incorporarnos al mercado laboral veíamos un futuro incierto. Racionero mantiene
la tesis de que el ocio ha sido el referente de nuestras vidas, una vez
cubiertas las necesidades básicas. Considera que la Revolución Industrial
aparcó esta necesidad vital y apostó por un exceso de producción que nos ha
complicado la existencia con tal de tener. Y hemos perdido con ello el sentido
de la vida. Para dar respuesta al problema del empleo que se planteaba en esa
década -de una magnitud equivalente a la situación actual-, apuesta por
reducciones continuas de la jornada laboral. En definitiva, trabajar menos para
trabajar todos. Una idea que vuelve a estar vigente ante el creciente problema
del empleo no sólo en España, sino en una gran parte del planeta.
La tesis expuesta
en aquel momento no dejaba de ser original. Algunos la vimos con agrado ante la
sustitución progresiva de mano de obra por capital que en ese momento estaba ya
generando el progresivo maquinismo. La década de los 80 supuso para España un
importante avance en la apertura de nuestras fronteras comerciales. Hacía
tiempo que habíamos salido de la autarquía y los mercados externos poco a poco
invadían nuestra sociedad de consumo. Pero esta década supuso el cambio de las
reglas del juego no solo comerciales, sino también laborales, y la entrada en la Comunidad Económica
Europea. Sufríamos el problema del empleo como nadie en Europa, y nuestra
cartera de producción se fundamentaba en productos muy poco especializados e
intensivos en mano de obra con baja competitividad. En la década de los años
diez de este siglo el modelo productivo español ha variado muy poco.
La globalización
creciente de la economía mundial ha incidido sobre el empleo y la
especialización de la producción. La deslocalización de empresas del mundo
occidental hacia las zonas más deprimidas ha fomentado la temporalidad en el
empleo y su pérdida de calidad en aquellos países que la están sufriendo. Sólo
las economías que han sido capaces de alcanzar una alta especialización se han
librado en menor grado de la precariedad en el empleo y del desempleo masivo.
Los jóvenes y mayores de 45 años son los que más están sufriendo las
consecuencias. Un problema estructural que amenaza con convertirse en crónico.
Más cuando la pérdida de población en los países con alto nivel de desarrollo
se ve compensada con creces por su incremento en los países más desfavorecidos.
El problema
estructural del empleo pone en jaque al sistema capitalista. El bienestar y la
sociedad de consumo se fundamentan en el empleo de calidad. Cuando éste falla
se derrumban sus pilares. Bien es cierto que Europa ha venido suavizando su
ausencia con el denominado Estado del Bienestar, mediante sistemas de
redistribución de renta que a su vez se sustentan en el empleo. Un modelo que
está dando muestras de debilidad como consecuencia del deterioro progresivo de
empleo del empleo y la ausencia del mismo. Y nos está llevando a una sociedad
dual: una de personas que viven bien y otras, mal.
La cuestión es cómo
abordar este problema de carácter geopolítico que supera ampliamente las
fronteras de los estados y entra en contradicción entre los intereses de los
diferentes países. No es fácil. Las reglas de la economía globalizada no
entienden de sufrimiento ni de sensibilidad social. Sólo intentan optimizar los
indicadores económicos con diferentes percepciones y directrices de actuación,
según la orientación política de cada país y su visión en política económica.
Pero el problema es global. La historia nos ha demostrado la hegemonía del
actual sistema económico, a pesar de sus muchas contradicciones. Ha dado más de
lo que ha quitado. La cuestión es cómo armonizarlo y adaptarlo a los nuevos
tiempos en los que la generación de riqueza no gira ya sólo en torno al
trabajo.
Combatir los
desequilibrios en el empleo requiere acuerdos entre las grandes áreas
económicas para evitar la generación de competencias desleales que favorezcan
la posición de unos frente a otros. A la vez que se establezcan medidas que
puedan protegerles de agresiones externas de otras áreas, y normas que
contribuyan a la gobernanza de los mercados y eviten la sobrecarga de la
presión fiscal del factor trabajo frente a otros factores. Requiere tiempo, y
el problema no admite demora porque crece día a día. Los gobiernos que puedan y
quieran deben pensar no sólo en cambiar su modelo económico, sino en buscar
fórmulas que permitan el reparto del trabajo de forma eficaz para contribuir a
la cohesión social y a esa gran meta que siempre tuvo la humanidad, liberar del
trabajo a los seres humanos para que puedan pasar del paro al ocio.
No estamos en la
década de los 80. La globalización ha producido una gran transformación en el
sistema económico y ha agravado el problema del empleo al menos en los países
desarrollados. Pasar del paro al ocio es una gran idea que hemos de hacerla
realidad de forma progresiva. Sólo así mejoraremos y estabilizaremos la
sociedad de este siglo creando futuro para todos y avanzando hacia ese gran
ideal utópico que es la "igualdad".
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