Una vez celebradas las elecciones generales, tras su resultado, la
gobernanza de nuestro país será compleja. Las fuerzas de los partidos de
derecha e izquierda están prácticamente equilibradas, y la exigua mayoría de
ambos bloques sólo es posible con partidos independentistas que aportarían más
inestabilidad política aún.
El bloque de izquierdas cuenta, a su vez, con un alto componente de
volatilidad e inconsistencia, Podemos. Un partido que no hace más de año y
medio se definía como leninista, y que ahora se presenta ante la sociedad como
socialdemócrata. Un partido que defiende el “derecho a decidir de Cataluña”, al
margen de la soberanía del conjunto del Estado, tal y como señala la
Constitución. Un partido cuyo único objetivo es eliminar al PSOE para
convertirse en el referente de la oposición frente a la derecha. Un partido sin
más ideario político que alcanzar el poder como sea, y que nació bajo el
auspicio del poder mediático de la derecha.
Ante este panorama, la inmensa mayoría de los españoles desean un
gobierno que permita trasladar estabilidad social, económica y territorial. Que
evite tensiones y que no espante la inversión futura. Los grandes perdedores,
si esto no se consigue, serán las clases más populares. Unas nuevas elecciones
generales sólo servirían para polarizar la situación de ambos bloques y
aumentar el conflicto territorial. Ya tendremos la ocasión de comprobarlo con
encuestas de todo signo.
La derecha es imposible que sume los 15 escaños adicionales que ofrecen
la antigua Convergencia, el PNV y Coalición Canaria. En especial, los ocho de
Convergencia. Tendría que ocurrir un milagro para que los “independentistas”
catalanes recompongan su situación en un tiempo limitado. O bien que el PP,
cambie de posición y acepte el derecho a decidir. Sería más fácil este último
escenario que el anterior, dado el fuerte arraigo al poder que manifiestan los
conservadores. Pero chocarían frontalmente con sus posibles aliados de
gobierno, C’s.
En la izquierda no corren mejores aires. La incoherencia del
planteamiento de Podemos ante el problema de Cataluña les elimina de cualquier
hipotético pacto. La socialdemocracia española no puede renunciar en ningún
caso a la soberanía del pueblo español. Sería un suicidio político, pero también
social por las consecuencias que esta decisión tendría en el reparto de la
riqueza y la cohesión social y territorial. Los socialistas de verdad ni
estamos locos, ni lo vamos a estar. A los de Podemos un montón de votos en
Cataluña les es suficiente para renunciar a valores y quebrar la esencia de la
izquierda; a los socialdemócratas de verdad, no.
Ante esta coyuntura sólo cabe negociar y buscar la mejor solución
posible con sensatez. Para ello las líneas rojas están claras: garantizar la
unidad de España, crear riqueza y preservar el Estado Social como instrumento
de redistribución de la riqueza. Ante esta situación se requiere temple. Sobran
los personalismos, aunque vengan de políticos con alta representación
institucional y se requiere generosidad con los españoles.
Y sobran aquellos que desde la minoría quieren imponer al resto de los
españoles nuevas condiciones estructurales para garantizar la convivencia. En
cualquier opción de gobierno esos no pueden ser los nuevos referentes de España ni en el Gobierno, ni en
la oposición. Estaríamos en ese caso cavando nuestra tumba.
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