Este podría ser
el título de un relato que narre las peripecias de los independentistas
catalanes ante el nuevo proceso de constitución del Parlament y elección del
presidente de la Generalitat. El miércoles día 17 de enero se constituirá el
Parlament y se elegirá su Mesa. La elección adecuada de los miembros de la Mesa
es esencial para que el proceso vaya apropiadamente por el cauce de la
legalidad. Al frente de ella todo indica que se va a situar un diputado de ERC,
y que la anterior presidenta, la Sra. Forcadell, también diputada, ha rechazado
la oferta, alegando que está inmersa en un proceso judicial y no es bueno
asumir la representación de las Cortes Catalanas. Esta señora tuvo la suerte de
encontrarse con un juez benevolente en el Supremo que sólo le hizo pasar una
noche en la cárcel, a pesar de su grave ataque al Estado de Derecho. Ahora
tiene miedo. Lo mismo que Artur Mas, Carlos Mundó y otros muchos próceres
independentistas catalanes, saben que si apuestan por la independencia lo han
de hacer a través del cauce de la soberanía nacional como marca el marco legal
vigente, que no es otro que el de la Constitución española.
A pesar de que la
independencia se disuelve como un azucarillo en el agua de la confusión y el
esperpento, algunos entienden que han de mantener el frente de guerra por una
cuestión de dignidad. PDeCAT, ERC, la CUP, pero también En Común Podem, juegan
a mantener viva la llama del entusiasmo de sus seguidores, en una batalla que
saben que está perdida. Con ello pretender mantenerse vivos y preservar sus
intereses partidistas. No les importa utilizar a su pueblo, el conjunto de
ciudadanos de Cataluña, como valor subyacente e impulsar la economía catalana
al desastre. El deterioro de las relaciones sociales y del clima político va a
peor. Todo indica que la nueva etapa puede conducirnos a más de lo mismo.
La cuestión es
cómo recuperar la normalidad. La antigua CiU está echada al monte. La
independencia les importa “un pito”. Hoy el huido Puigdemont será capaz de
renunciar a todo con tal de no verse en la cárcel. Mientras tanto leña, tanto
él como sus acompañantes. El delirio nacionalista de esta gente, ahora devenido
en independentista, no fue más que el pretexto para buscar un estatus social y
hacer negocios sin escrúpulos. “El tres per cent” de los Pujol es una buena
prueba de ello. El delfín de los Pujol, lo mismo que ellos, buscan como sea
escapar de la Justicia. Mientras tanto jugaran al chantaje con el Estado,
aunque sea a costa de los catalanes y la desestabilización económica y política
de España. El Estado de Derecho ha de ser fuerte y aguantar los envites. No ha
lugar a la negociación. Nos estamos jugando los derechos y libertades de todos
los españoles por igual y el descrédito de la democracia.
Los últimos
mensajes de ERC llaman a la esperanza, más allá de las bufonadas de algún
diputado esperpéntico. Ellos saben que no hay una mayoría social para defender
e intentar articular por la vía legal la petición de un proceso de
independencia en Cataluña. Para ello necesitan ganar tiempo y normalizar la
situación. Juegan con el hándicap de que comparten el mismo espacio social que
el PDeCAT, lo que les sitúa en la competición absurda de ver quién es más pata
negra. En todo caso, En Común Podem tiene un papel determinante. Son ellos los
que pueden y deben retirar cualquier tipo de apoyo a la Presidencia de
Puigdemont o diputado de su partido, al igual del resto de los partidos
constitucionales del arco parlamentario, lo que doy por hecho. Sólo de esa
forma se podrá recuperar el famoso “seny catalán”.
La estrategia de
la defensa seguida por los abogados del antiguo conseller de interior y los
líderes de ANC y Òmnium Cultural, para conseguir su excarcelación, no sólo
aíslan a Puigdemont, sino que evocan una nueva vía política para normalizar a
corto plazo la situación política en Cataluña. Si ERC se comprometiese a
respetar la legalidad constitucional en Cataluña, siguiendo la línea de
Forcadell y de sus diputados en prisión, la solución menos mala puede ser que esté
al frente de la Generalitat un presidente de ERC, que por supuesto no gozaría
del apoyo de la antigua CiU y de la CUP, y debiera contar con la abstención de
C’s, PSOE y PP. Un solución difícil, y mucho más para los partidos
constitucionalista y para C’s por los agravios creados, y que tiene como
premisa fundamental el respeto a la Constitución. Pero si esta solución
permitiese avanzar sería la menos mala. De lo contrario habrá que ir a nuevas
elecciones. Y mientras tanto la incertidumbre seguirá creciendo y el deterioro
del bienestar también. Los independentistas están perdidos en el abismo y gran
parte del pueblo catalán les sigue a ciegas. Las consecuencias pueden ser
nefastas.
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